miércoles, 25 de mayo de 2016

PEDRO ARTURO ESTRADA: EMPATÍAS Y APRECIACIONES / Raúl Mejía.




            PEDRO ARTURO ESTRADA: EMPATÍAS Y APRECIACIONES



                                         Raúl Mejía


I
De esos inicios…

Al concluir el año escolar 1978, recibí como premio a buenos resultados académicos, la edición de "Poesías Completas”, del poeta José de Espronceda. Si quisiera, podría extenderme en lo que implicó tal libro y poeta en el adolescente que era en ese año. Recuerdo el episodio pues, de las sucesivas lecturas que hice de él, reconozco tardíamente el gusto, la manía y el aprecio por los poemas extensos: Espronceda dejó varios, enormes. Un poco mayor, hacia 1983, adquirí los primeros volúmenes de “Poetas en Abril”. Los número uno y dos, sendos libros sobre poetas colombianos, en orden cronológico. Ya conocía a algunos, pero opté por enfocarme en los próximos a mi edad, los nacidos hacia fines de los años cincuenta y siguiente década. No voy a nombrarlos, pero al leer sus poemas prevalecían la brevedad, ausencia de títulos, extraña puntuación y escasez total de formas clásicas. En ese entonces los sentí flojos, carentes de vigor, simples y mediocres balbuceos líricos. Sólo respetaba lo extenso y un tanto convencional. Los años enseñan. Poco después adquirí “Este Lugar de la Noche”, “Morada al Sur”,Residencia en la Tierra” y la obra completa de Antonio Machado. Tan poderosos libros y poéticas irrumpieron con contundencia. La espléndida brevedad, concisión y precisión de los poemas del maestro José Manuel Arango, ejercieron y ejercen una fascinación constante. La experiencia fue oportuna: ya no estaba tan seguro de mis bases iniciales.
Ignoro –salvo que Pedro Arturo lo haya dicho en alguna entrevista- cuál fue su primer libro, autor o influencia. Al publicar ya adulto “Poemas en Blanco y Negro”, es casi obvio que nada de lo que allí leemos haya sido escrito a los quince o menos años. Por los epígrafes iniciales se pudieran sospechar sus bitácoras como lector: Emily Dickinson, Roberto Juarroz. Brevedad, vocabulario simple. Sin duda hay bastante de José Manuel Arango, sentimos un tono semejante, una velada alabanza a su estilo.
Los inicios nos marcan. Aquellos primeros bautizos gravitan hondamente. Asumirse como absoluto ecléctico es de una hipocresía fácil. Persisten los ecos, no siempre para bien…



II
De lo adicional…

Cuando Pedro Arturo asumió la conducción del taller de escritores de Comfenalco, hacia el 2005, la adultez ya había inscrito sus señales y lenguajes en nuestros cuerpos. Suele decirse que al igual de lo que sucede con los deportes de alta exigencia física, sólo los jóvenes son aptos y competitivos. También se ha expresado que algo similar ocurre con la poesía, que sus puntos más altos acaecen durante la juventud. No lo sé. Es extremadamente difícil separar, sustraernos de aquellas sensaciones juveniles, cuando estábamos literalmente invadidos de musas y de númenes. Todos disfrutamos de lo hermoso y quizá sí tuvimos acceso a un lenguaje que luego pudo sernos difícil de recuperar. Pero el acto de escribir poemas no concluye allí, necesariamente. Tengo la impresión de que Pedro Arturo, por esos días, ha debido sentirse hastiado de la poesía, como quien recibe de mala gana una pensión injusta o los restos de un familiar en un cofre anónimo y frío. Habitar, vivir y resistir el asedio de la poesía, sus esquivas palabras que no se ubican como quisiéramos en el poema, genera angustia, cansancio. Aun así lo rememoro jovial, diplomático, con singular dulzura hacia lectura de textos poco menos que deleznables.
No es fácil sobrevivir al interior y/o exterior de la literatura y sobre todo de la poesía. Amén del oficio de docente, la labor de tallerista es poco apreciada. Pero una vez poeta, siempre poeta. Es caparazón que protege y a la vez aísla,  apabulla. No hay marcha atrás, ya los libros ejercieron su pedagogía, no es posible. Esta dificultad es inagotable, sus heraldos juegan con nosotros. Empero, al adultecernos, la mediocridad deja de ser menos observable o nos visibiliza como mediocres impenitentes. El ahora de Pedro Arturo debe estar habitada de condensaciones, de correcciones: los longevos somos nosotros, la poesía no.

III
Conceptos. Palabras. Vocablos. Signos…

Clásico. Moderno. Ismos. Complejo. Fácil. Ego. Poeta. Poetisa. Política. Trascendencia. Escuela. Epígono. Retórica. Anarquía. Pureza. Heterogéneo. Oscuro. Local. Generación. Suicidio. Minoría. Social. Comprometida. Futurista. Religión. Autóctona. Perdida. Maestro. Envidia. Manierismo. Complejidad. Aspereza. Racismo. Erotismo. Estival. Bucólica. Rima. Revista. Libro. Periódico. Grupo poético. Subjetividad. Universal. Nihilismo. Escepticismo. Locura. Visión. Epifanía. Rigor. Ortodoxo. Prosaico. Megalomanía. Zoofilia. Sicología. Siquiatría. Visual. Sonora. Dios. Muerte. Vida. Amor. Soledad. Deseo. Tristeza. Miedo. Página. Palabra. Semántica. Semiología. Innovación. Originalidad. Hurto. Reiteración. Angustia. Silencio…
Mmm… ¿Quién debe velar? “Alguien debe hacerlo, debe estar atento”, nos concluye Kafka en un breve y maravilloso relato. La poesía está ahíta de conceptos, palabras, vocablos y signos. Adjetivos, fobias y filias en exceso. Desborda la capacidad de una época, ha sobrepasado milenios y habrá de proseguir con su canto de sirena. El modesto propósito de acercarse a un poeta, despierta semejante maremágnum de palabras y te arroja, a solas, ante un vasto territorio de cuanto accidente semántico sea posible o no exista. Lo que en mí es pereza al no ejecutar una profundización vertical en un autor o en uno de los tantos apéndices de la poesía, no es acicate para desgastar años tras la utópica resolución de tantos paradigmas poéticos. La poesía engaña, sus umbrales son fáciles de cruzar, una vez adentro, ella no se hace responsable.

IV
Espacio y Tiempo.

Pedro Arturo, segundo a segundo, ocupa su circunstancial espacio y avanza en el tiempo. Transita el espacio-tiempo en medio de toda clase de descripciones y de vivencias. Ese mismo espacio-tiempo, próximo al poético, es menos flexible y problemático que este último: es apreciable en sus libros. Comenzó, Pedro, como la mayoría, publicando en revistas, periódicos; familiar en tertulias, en corrillos de intelectuales. El yo a solas con la página en blanco, es el mismo yo a solas con el libro. Su espacio-tiempo le concedió empleos, amor, familia. Pertenecer acarrea instantes y opciones. Ser poeta en Colombia, en Antioquia, exige humor, ironía y desazón. “Otro más en el laxo olimpo colombiano”. Otro más. ¿Y?
Ciertamente la publicación de un primer libro genera emoción. ¡Por fin! Luego las consecuencias: ¿gustó, pude expresarme como quería, ya soy alguien, soy poeta? Nuestra Medellín de los años noventa, qué poco has debido apreciar el “boom” de un nuevo vate, siempre asustada por otra clase de explosiones. Creo no equivocarme al pensar que Pedro Arturo no ha debido exigir loas ante su advenimiento, es tan perceptible su paciencia y tranquilidad, que no lo imagino como tantos, sacándole partido vanidosa y grotescamente a su primer libro. No escapamos a la frivolidad, pues somos manieristas y aprendices hasta el final del espacio-tiempo personal.

V
Sondeo de poemas, de versos.

Dime o déjame transitar sobre lo que has escrito, y podré decirte cómo eres, aproximarme a tus viajes, utopías y fracasos.
“Pasajero de las sombras”, bien pudo surgir como aquellas bellas notas “al oído del lector” que leemos en poetas del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Silva. Este título del primer poema publicado, ya nos define a su autor. “Pasajero” es un accidente fortuito, del cual no hay escapatoria. “Sombras”, ámbito en el que el poeta sabe moverse, reconocer en cada una de sus acepciones.
“Una ventana abierta a la noche/ es mi alma sobre el abismo de la muerte”. Estos versos, más allá de lo anecdótico en el instante físico de su escritura, reflejan la prolija realidad del hombre solo e indefenso, sensación y caída hacia lo que anula, lo que nos desaparece. Bastaría este primer poema para centrarnos, como aquella advertencia al lector que mencioné, sobre el tono, la esencia de una poética que sabe de esfuerzos y que a su vez, no oculta el miedo, la  impotencia ante los elementos que nos van venciendo.
Aleatoriamente transcribo otros versos:
“La noche era la otra orilla/ de la náusea”.
“Extraviados en medio de una fiesta/ donde no nos conocen/ ni conocemos a nadie”.
“el tiempo excava en ti/ una tumba”.
“A qué ir, a qué irme”.
Incluso el poema breve suele tener líneas que son irrelevantes. Pedro Arturo es buen artífice, no deja cabos sueltos al menos en la forma. Por supuesto que como avezado lector, suele dejar los poemas a medio cerrar, insinuándonos sobre lo que pudiera seguir, dejando que nos arriesguemos. En los anteriores versos al azar, se presentan diversas aristas del universo lírico del poeta. Es inevitable fungir como monotemáticos. La vida lo es, dejamos de respirar o circular la sangre y adiós. En estos versos hay sensación de derrota, de aislamiento, de displicencia total –en cuerpo y alma- ante el devenir. ¿Es ello una feroz crítica, protesta o condena? La alta poesía es selecta y bastante monotemática y, salvo lo tontamente hallado por extravagantes ociosos, son la Vida y la Muerte sus dos máximos referentes para el acto poético. ¿Ha sido, es y será Pedro Arturo un ser atormentado, noctámbulo, extraviado –como cualquier ángel amnésico- en esta multitud de horrores y de avatares? No sería el único, cuenta con antecesores, contemporáneos y sucesores. No hay alternativa: le cantas a la Vida, a la Muerte o a ambos.
La sensatez de Pedro Arturo en asuntos bibliográficos, se aúna a la rica tradición que nos viene desde Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, José Manuel Arango, etc. Ha leído a los mejores ensayistas sobre la poesía y admite que, así publiquemos decenas de libros, cientos de poemas, sólo podemos lograr una mínima cifra que conserven finura, lenguaje atemporal. Como Aurelio Arturo, como Trakl, sabe que una vez hemos ido –como arañas- tejiendo un entramado de vocablos, de alegorías, no escapamos a esa telaraña, construyendo día a día el mismo poema, una y otra vez. Vencer al agudo e incisivo interrogante del” ¿para qué escribo?”, ha permitido el placer de la lectura, de su lectura.
Hay poemas de Pedro Arturo que se leen a prisa. Otros, sin embargo, captan y permanecen. Diría, sin mis usuales circunloquios, que son aquellos que van adquiriendo fisonomía de clásicos o que, simplemente, logran una fuerte ósmosis con la sensibilidad del lector. Algunos:
“CAFÉ TURKESTÁN, 3 P.M” Bello texto, condensa el tiempo en sus dimensiones pretéritas y actuales en un cuadro de vaporosa y lenta horadación que ocurre con un lugar y sujetos a lo largo de los años.
“SAN ROQUE, 1967”. Felizmente auto biográfico, quince versos que hablan de maravillosas experiencias. La infancia, juegos, complicidad y el advenimiento del deseo, la soledad y la poesía.
“FIEBRE SOLAR”. El sólo acto de apreciar la luz, su surgimiento y difuminación, atraen al lector hacia presencias beatíficas que, incluso, nos hacen olvidar del ominoso final de este poema.
Hay más poemas, obviamente. Son constantes los hallazgos y las reiteraciones. Quienes intentamos poesía, somos herederos y expoliadores del primer poeta.

VI
Conclusiones varias…

Conozco apenas un poco a Pedro Arturo Estrada. Sé bien que desde el año 1994 hasta el presente, ha sabido participar en festivales, talleres y cátedras alrededor del quehacer poético. Merecidamente hace parte de antologías y sus poemas han sido traducidos. ¿Justifica escribir sobre él una compleja monografía o ensayos farragosos, perfectos para la academia? No lo sé. La vanidad intelectual es ambigua consejera.
Ha poco, viendo un especial sobre grupos de música y la entronización de varios cantantes y bandas al salón de la fama del Rock and Roll, me encantó oírle al líder de “Kiss”: “fuck with the critics”, al diablo los críticos. ¿Qué dicen nuestros impotables críticos literarios sobre la importancia de Pedro Arturo y su obra en el panorama de las letras colombianas? No me interesa, admito que no será necesario que transcurran eones para tener una idea exacta de su lugar, pero entre tanto él persiste con sus miedos y evocaciones, adormecidos tras el cansancio o vivos en sus poemas.
No es problemático ser buen alumno. Lo execrable es creerse un Maestro, megalómano supérstite de la mejor poesía. Divertida y enojosamente, he tenido múltiples encuentros con Pedro Arturo, a propósito de su férrea defensa de poetisas que me provocan desencantos, accesos de bilis y una paranoia contestataria. No hay dos poetas iguales, ninguna visión es la única en un paisaje pleno de colores. Lo recuerdo riéndose de sí mismo, de la existencia. Una vez poeta, siempre poeta.




miércoles, 18 de mayo de 2016

Ligeia / Javier Moyano







Ligeia 

Javier Moyano


El niño rata canta un vals para llamar a su sirena frente al malecón
lleva los pies descalzos y un poco de ántrax
un frasco con sangre fresca de gallo de pelea
un cigarrillo bendecido por San Agapito
para fumar cuando la marea baje.

Esquizofrenia paranoide del átomo al bit
lo real es un cuento chino contado por Wall Street.

La sirena corta su rostro con los restos de su espejo
al saberse lejos de tierra firme,
lleva una herida de arpón desde el primer día de cuaresma
sus senos secos presagio del final
escupe al firmamento saliva dulce.

Esquizofrenia paranoide frente al templo cerrado
lo irreal es un simio danzando en la luna.  

viernes, 6 de mayo de 2016

Alberto Rincón /Hernando Guzmán Paniagua


                                                               -Foto de Rodrigo Maya Blandón-

Alberto Rincón 

de

 Hernando Guzmán Paniagua



Querido Alberto Rincón y queridos sobrevivientes:

Perdona, Alberto querido, que te hable en plural, metiendo a tus amigos, a nuestros amigos en la conversa. Qué más da, seguimos siendo de la misma barra, incluso algunos de la misma corriente política. Te cuento que estuve buscándote afanosamente en los últimos tiempos, en tus sitios, en las torres de Bomboná, en Comfama de San Ignacio, en el centro. Te extrañé mucho y más te voy a extrañar ahora. Después supe que estuviste en Venecia, la de Antioquia, la sin gondoleros ni palacios, sin San Marcos, sin Vivaldi y sin Monteverdi.

Tengo que hacer un largo ejercicio de perdón, no tanto a ti ni a quienes te acompañan si es que te pueden acompañar en ese universo sin direcciones que es la eternidad. De perdonarme yo por abandonar queriéndolo o no, a tantos amigos caídos en infortunio, en la soledad de la enfermedad irremisible, y a quienes quise ver por última vez para darles un último saludo y un último abrazo. Así se nos fueron, queridos amigos, colegas y compañeros, personas de nuestra entraña como Hernán Javier Giraldo, como Caballero. Así se me fue Juan Ignacio Castrillón Roldán a quien no fui a visitar a la cárcel ni a su lecho de enfermo de cáncer. Y así tantos. Recordémoslos y saludémoslos, ellos nos oyen y nos acompañan. Digámosles que les perdonamos cualquier cosa pendiente, incluso plata, pidámosles perdón por todas las deudas de amor (las únicas que no fenecen) y digamos: "Hermano, estamos en paz hasta el fin del tiempo".

En mi caso, siempre voy a recordar a Alberto Rincón, sobre todo como un buen amigo. El me dio y nos dio siempre lo único que tenía para darnos: lecciones diarias de pasión por el saber, por el conocimiento, por la literatura. Siempre que lo consulté sobre algún asunto intelectual, me supo ayudar con cariño. Pero recuerdo también al viejo militante de la política, apasionado por el cambio social tal como él y nosotros, sus camaradas, lo veíamos. Todo el tiempo que te estuve buscando y cada vez que te encontraba, te vi como el Secretario Político de la Unión Revolucionaria Socialista. No olvido tu relato sobre las experiencias y frustraciones con el Paro Cívico Nacional de 1977. Te agradezco el haberme admitido en la URS, al menos como amigo, el presentarme al camarada Humberto Molina, a Carlos Jiménez, a Ana Korman, y el permitirme conocer a Ricardo Sánchez, a Camilo González y a Socorro Ramírez, los del Bloque Socialista.

Tampoco te olvido como profesor en el Seminario sobre Antonio Gramsci, en la de Antioquia. Me acuerdo de Luz Magnolia Uribe, quien estaba al lado mío en la clase, muy inquieta ella por encontrar una frase de Mao, equivalente a otra del teórico italiano. La última rumba que tuvimos vos y yo, fue en Envigado, en plena clausura del Encuentro Nacional del Tiple. Nos tomamos unas cervezas y conocí a tu hija. Tampoco olvido tus regaños fraternos cuando yo te enviaba por el correo electrónico "láminas piadosas de la Virgen", como me decías. Pues ahí quedan todas colgadas en el ciberespacio, por si te sirven de algo en el tránsito eterno. A propósito, Alberto, vos que conocés tanto: ¿el ciberespacio llega hasta la otra vida?  Es a ver si te sigo escribiendo al mismo correo, o simplemente recurro al método viejo de la oración. Hasta siempre, amigo.


martes, 3 de mayo de 2016

PORFIRIO BARBA JACOB EN LA NOSTALGIA / Raúl Mejía.



PORFIRIO BARBA JACOB EN LA NOSTALGIA

Raúl Mejía.



Para el gran “Barbajacobiano” Víctor Bustamente.

I
Está allí, veo al adolescente (que soy yo) leyendo diversas antologías de poesía colombiana. En esta década de los setentas sólo existían algunas farragosas, de enormes cifras de páginas, ausentes de rigor, exigencia y calidad. También prevalece la escasez de bibliotecas de la Medellín de entonces y las cohibiciones de cualquier menor de edad para moverse en transporte público. La biblioteca más acudida es la del barrio, apéndice del colegio parroquial: allí, entre decenas de folletos baratos y recomendaciones eclesiales, estaban eclécticos títulos, enciclopedias y aquellas antologías mencionadas al comienzo. Ya alguna vez cité la de Núñez Y Arce y no voy a recular sobre la misma, pero sí agrego otra: “ANTOLOGÍA DE POETAS ANTIOQUEÑOS”. ¡Sorpresa! , ¿cada departamento, según eso, tendrá la propia?

II
Nos citamos varios estudiantes en el foro de la Universidad de Medellín, es el año 1983 y se celebra el centenario del nacimiento de Miguel Ángel Osorio. La mayoría hacemos parte de una licenciatura en Español y Literatura; el asunto que nos convoca es la charla de docentes sobre la vida y obra del poeta antioqueño. Recuerdo la erudita y no por ello menos extravagante presentación del experto universitario, enfrascado en lectura de cuartillas y cuartillas sobre el poema “FUTURO”. Es un poema corto, célebre por aquel verso: “Decid cuando yo muera…/ (¡y el día esté lejano!)”. No es lo mejor de Porfirio, pero le confiere un aura aceptablemente similar al poema de Vallejo: “Me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo”. Los vates no sólo componen tremendos epitafios, los versifican con bastante anticipación. Es mil novecientos ochenta y tres, el foro se desocupa y en alguna parte funden miles de llaves y objetos metálicos para la prometida estatua, busto o esfinge sobre el poeta andariego, la misma que, sinceramente, ignoro quien es el artista, si la hicieron o dónde está.

III
“Muchos años antes”, parodiando al cataquero, estoy ante la lectura de “LA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA”, es el tema para un trabajo de bachillerato y la desidia de ese entonces contrasta con el encanto de tener la mayor parte de sus poemas poco tiempo después. ¿Poeta de ciclos? Maín Jiménez es un bardo de momentos, de antologías, de seminarios y de apatías: visceral y a la vez excluyente. Con pereza y de mala gana interpreto el antológico poema en cuartetos, sé que tendré pésima nota. Al finalizar mi secundaria he adquirido el libro de la otrora famosa editorial Bedout: “EL CORAZÓN ILUMINADO” y así deteste citas y epígrafes, me deleitaría sumar múltiples del gran ensayo –prólogo del señor Daniel Arango: ¡ES EXCELENTE! Me sorprendería que fuese poco reconocido o citado, vaya elegancia e inteligencia para acercarse a los altibajos y complejidades del liróforo santarrosano. Sólo con la publicación de “EL MENSAJERO”, de Fernando Vallejo, surge otro texto que pudiera asemejársele en calidad. Entre los diecisiete y veinte años ya había leído la totalidad de los poemas de Barba Jacob, biografías y anécdotas.

IV
Mucho es lo que reí cuando leía apuntes de amigos y escritores que lo trataron en vida: ¡qué tremendo era este hombre, de feroz sátira y arrasante ironía! Verídico o no, la vez que mutiló con sonora carcajada el retórico y eterno discurso de algún político de parroquia y, peor, cuando en medio de burgueses declamó (ebrio y seguramente drogado con marihuana) cierta pedida improvisación: “Jesucristo nació en un pesebre/ ¡Ah diablos” / donde menos se piensa/ salta la liebre” …Pero qué sujeto más caustico, debió ser (y lo fue) toda una “figura”. En menos de seis, siete años fue mucho, demasiado lo que supe y se habló de este mal llamado “poeta maldito”. ¿Maldito por qué o de qué? Verborrea barata de incipientes ensayistas o xenofílica manía por copiar apodos y calificaciones. Pero es que nosotros, señor Ricardo Arenales, sus lectores y detractores –tarde que temprano-, necesitamos en algún instante hacer un “ajuste de cuentas” con usted, saberle agradecer la pasión y la carne abierta de sus angustias y recalcarle que no es a través de oropeles modernistas y parnasianos que ibas a hacerte eterno.

V
En alguno de sus sonetos, no siendo eficiente sonetista, él mismo se describe (de hecho, es en lo que más se reitera, década tras década): […] “y al amparo de númenes propicios/ en dilatada soledad tremenda/ bruñir mi obra y cultivar mis vicios”. Tal fue uno de sus derroteros, búsqueda de la perfección del significante, de nutrir –si es oportuno el verbo- a la poesía con rimas excelsas, léxico almibarado y excesiva vanidad de perfeccionista, cuyos resultados son, lamentablemente, menos felices que cuando el lírico se zafa, se aleja de grandilocuencias y nos obsequia versos contundentes, limpios, como acaece al final de su estimado poema “LA ESTRELLA DE LA TARDE”: “Tú, que sobre las hierbas reposabas/ de cara al cielo, dices de repente:/ -“La estrella de la tarde está encendida”./ Ávidos buscan su fulgor mis ojos/ a través de la bruma, y ascendemos/ por el hilo de luz…// Un grillo canta/ en los repuestos musgos del cercado,/ y un incendio de estrellas se levanta/ en tu pecho, tranquilo ante la tarde,/ y en mi pecho en la tarde sosegado…” Es muy hermoso este colofón, son versos simples, serenos y de profunda belleza, que contrastan con deplorables cantidades de líneas, estrofas y fallidos intentos por la perfección formal, siendo “ACUARIMÁNTIMA”, el ejemplo máximo, más allá del hallazgo de la preciosa palabra, el texto es mediocre, así Barba Jacob haya defendido los versos que allí se leen.

VI
En alguno de los prólogos que escribió para la edición, no siempre ocurrida o permitida por él, de sus poemas, es reiterativo y vehemente con la frase: “Vivir es esforzarse”. Y lo suyo fue eso, poeta errante, difuso, nómada impenitente, al tratar de ganarse la vida no se cohibía ante jornadas intensas de trabajo; podía –sin prejuicios o accesos de moral- redactar alabanzas y discursos al presidente, tirano o político de ocasión, personajes que se multiplicaban año tras año en las pequeñas repúblicas de centro américa. Y si ocurrió un terremoto, allí estaba él, con notorias capacidades de cronista y de periodista. No sería desatinado especular que Miguel Ángel Osorio pudo, de haberlo buscado o pretendido más, convertirse en ese gran prosista, en el exquisito e incisivo relator de aquellos años de la Colombia de inicios del siglo XX. Dice habérsele perdido una novela, mala suerte para este antioqueño con indudable talento para la prosa. Pero era en la poesía donde quería permanecer, asirse, trascender. “Mi poesía es para hechizados”, tal vez en vericuetos de lejanas sensibilidades, pero lo es ahora para nostálgicos y para antologías. No pudo huir del influjo decadente de lo peor de Rubén Darío, de esa mixtura que se formó del trasnochado romanticismo, de la pésima asimilación del simbolismo y de entronizaciones del parnasianismo y modernismo: ismos recargados de ínfulas y de desastres inmediatos y permanentes, como ocurrió con la poesía de Guillermo Valencia, Julio Flórez, Aurelio Mutis y tantos, tantos que sólo perviven en esas ominosas y pesadas antologías de hace casi un siglo. Entre ellos Porfirio, casi todo él, apenas rescatable por su genuino dolor, su trashumancia y valor para desnudarse en pocos, pero valiosos poemas, como es el caso de “LOS DESPOSADOS DE LA MUERTE”, tremendos versos, sin ínfulas pseudo modernistas, poesía íntima que recupera ecos de Silva y antecede poéticas más elaboradas como las de Aurelio Arturo y los poetas de “Mito”.


VII
Miguel Ángel Osorio nace en 1883 y muere en 1942. Es contemporáneo de incontables poetas locales, americanos y europeos. Próximo a la muerte o en sus años de decadencia es celebrado por sujetos como Cardoza y Aragón, Lorca e incluso un jovencísimo Octavio Paz alcanza a conocerle. Los cincuenta y nueve años que vivió abarcan impactantes sucesos de la historia universal y de la literatura, además de la tecnología, por supuesto. Me es inevitable intentar y/o fabular una comparación con otro poeta que por muy poco coincide con él en fechas de nacimiento y muerte: Fernando Pessoa.

Sí, cualquier comparación más que odiosa es inútil, es torpe, pero no deja de seducir. ¡Vaya par de poetas más distantes y disímiles! Pero, ¿lo son? Quizás no y no me amparo en la casualidad del uso de heterónimos: en el portugués es verdadera, auténtica transfiguración, en el colombiano es más moda o urgencia de ocultar el nombre real so pena de ser capturado, pero me inquieta la figura del poeta nómada de sí mismo como lo fue Barba Jacob, siempre viajando, recorriendo, en contraste con el poderoso nómada mental que fue Pessoa quien, desde la desolación de una oficina o un cuartucho, sin salir más allá de escasas cuadras, siguió viajando, errando, buscando como Porfirio el paraíso perdido de la infancia. Allí hay inusitadas concordancias, allende de sus abrumadoras diferencias estilísticas.

Mayo 1/2016



domingo, 1 de mayo de 2016

37 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Club Maracaibo


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37 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Club Maracaibo

Club de Ajedrez y Billares Maracaibo

Víctor Bustamante

Ahora voy a referirme a la calle Maracaibo, solo a una parte, comprendida entre Palacé y Junín, por una razón que la justifica: el traslado de la ubicación originaria del Club de Ajedrez y Billares Maracaibo en plena época del abandono de políticas públicas serias sobre el Centro de Medellín, y así dejar que la ciudad se pauperice. Por ese motivo algunos espacios privados, vividos por cierto público, que lo ha tenido como su lugar predilecto, se pierden ante el empuje de los nuevos negocios y especulaciones inmobiliarias.

Este salón, El Maracaibo, que refiero, se convirtió en referente para jugar chicos de billar y partidas de ajedrez. Siempre me ha parecido extraño que coincidieran ambos juegos. Uno de ellos más proclive a la conversación, a la bebida de cerveza y a las apuestas. Y el otro de más concentración, de más serenidad, y estrategia, podría decir. Allí, en ese recinto durante 54 años convivieron jugadores de ajedrez y de billar convirtiendo estos juegos y este lugar en su santuario, lejos de los transeúntes anónimos que deambulan por las calles inmersos en la topografía citadina, y de las calles aún más desamparadas, creando una síntesis de amistad y de encuentro que se repiten pocas veces en algunos sitios de esparcimiento.

Pero primero voy a referirme a la calle Maracaibo solo en esta parte, en esta cuadra, porque en una sola cuadra vive el mundo, un mundo definido de la ciudad, y cuando desaparece un lugar se lleva hacia las cenizas lo que ocurrió allí. Así mismo algo muere: su hábitat citadino. Y no solo eso, cada calle de Medellín, que son mi entraña como diría el poeta, posee su historia, esa que le da lustre y presencia.

En esta calle cercana, en esta cuadra que posee tanto peso para mí, Palacé con Maracaibo, nació la pintora más relevante de la ciudad y del país, Débora Arango. Entonces su casa era espaciosa de bahareque y artesonados de madera. Por supuesto que de su paso por la ciudad solo quedan algunas fotografías caminando por Junín y en su pintura, lo cual nos da como esa falsa cuenta del presente perenne en que vivimos los medellinenses, como si en la ciudad no hubiera pasado nada. La exclusión de la pintora no fue solo por ser crítica con la hipocresía del enrarecido ambiente político del país, sino que sus espacios, incluida su otra casa en la calle Caldas, fue arrasada por los vientos tísicos del progreso, que borran la riqueza histórica de Medellín. También en una de las esquinas de Junín con Maracaibo, vivió Camilo C. Restrepo toda una autoridad en el tema de los ferrocarriles.

No sé qué día del 70 es, solo sé, que paso de nuevo por la fachada del almacén de discos La Ilustración. Hoy he pasado varias veces, y ahí veo la carátula del Álbum blanco de los Beatles, y otros de música rock que se desvanecen en el recuerdo. En ese momento ellos eran la vanguardia, ahora son los clásicos de la música rock. Enseguida existía un almacén de ropa elegante y más allá no sé por qué motivo, antes de entrar al pasaje Roberesco, sé que en el segundo piso hay el Restaurante Salvatore de Salvatore Baghino, un italiano afincado sin finca en la ciudad. Y ya pasando esta entrada mi memoria se detiene por una razón muy específica, frente a la vitrina de la Librería Aguirre con sus libros costosos. Veo algo de Camus, de Sartre y un libro de fotografía de Leni Riefensthal con su investigación sobre una tribu africana dando otro matiz a su racismo lejos de los arios alemanes, pero conservando su talento y escamoteando su perfil nazi. Detrás de las vidrieras veo al fondo a Aura López tan reservada, metida en su papel de librera que atiende a algunos clientes. En una fotografía de la década del 60 veo a Fernando González, a Alberto Aguirre, su dueño, a quien nunca vi en su librería, pero en las fotos también aparece el poeta Carlos Castro y a Manuel Mejía Vallejo. En la entrada, a mano izquierda, cerca de la puerta, leo nada menos que los libros en rústica, algunos en inglés. Diagonal, a la librería mi paraíso para ir no a dormir mis sueños colectivos cada sábado a las 10 de la mañana al Cine club Ukamau en el teatro Ópera, sino para impregnarme de algo más letal: mi amor al cine, es decir, a esos sueños del celuloide. En su entrada se situaban los cinéfilos ávidos de cine. Hoy es el inicio de un ciclo del cómico francés Pierre Etaix, y ahí, aun aguardo, aguardamos en la memoria que el cine nos calme un poco esa vitalidad que entrega alguna desconocida y la ciudad misma. Las mañanas de sábado antes de entrar al Ópera era la serenidad total.

A la librería Aguirre iba el poeta Darío Lemos en su silla de ruedas, o mejor lo llevaban sus adláteres, no de visita sino a pedir algo, al retaque. Pero también allí le realizaron un reportaje en “El Espectador” cuando fue editado su único libro. Entonces sus amigos, los nadaístas, se habían marchado y ya no quedaba sino él cómo una sombra larga y errante de sí mismo en las calles de la ciudad, buscándolos, cuando nunca regresarían. Mucho antes en la década del 50 esta librería poseía otro nombre, Librería Horizontes, donde el núcleo nadaísta se encontraba a departir y a leer. Luego quedaba la Cafetería Ópera, para otros la Cafetería de las Pepas, donde el farmaceuta Gallo vendía o regalaba pepas y enamoraba cocacolos.

Pocas veces entré al club de billares. En el segundo piso quedaba nada menos que el bar con ámbito colonial con las mesas de ajedrez y a la derecha, en un salón espacioso las mesas de billar. Allí en una larga conversación con un amigo, entre algunos aguardiente, varios aguardientes, escuchaba el encuentro de los ajedrecistas, con algunos tangos de fondo y el entrechocar de las bolas de billar.

Luego camino por la acera derecha, en la parte baja, ya en la calle. Dejo una de las entradas del Ley En el primer piso quedaba la Fonda Antioqueña, un lugar para departir entre los tebeos del país paisa, sillas de montar, espuelas brillantes, con sillas y mesas de madera, y sus paredes forradas con cañabrava, pintadas con barniz que le daban lustre y un ambiente acogedor; lo paisa celebrada lo paisa con suculentos menús. Dejo la entrada de un edificio de apartamentos y un almacén de ropa para niños, Hipinto.

Ya en la esquina el almacén de ropa Polo. En el segundo piso funcionaba de noche una agencia de chance donde las pequeñas empresas de este juego aseguraban con las poderosas los números más repetidos por miedo a perder su capital y quedar en la ruina.

Cruzo la calle al frente y miro la torre de Bancoquia, que poseía un reloj electrónico que se veía desde el Parque de Bolívar, siempre dando la hora de una manera visual compitiendo con el reloj de la Metropolitana. Allá en uno de sus pisos altos, vivió escondido uno de los lugartenientes de Pablo Escobar en la década del 80 cuando la mafia, desaforada y sin control, pensó que iba a acabar a Medellín, su ciudad de origen, con sus carros bombas. Eran los días aciagos de la violencia del narcotráfico, y, allí en uno de sus pisos la policía abatió a uno de los guardaespaldas del capo, que era, según manifestó una vecina de apartamento, un señor muy atento respetuoso y serio. En los bajos del edificio un pasaje pequeño con una sastrería y almacenes diversos. Aquí me dona su memoria el cantante de Los Yetis Luis Fernando Garcés, y me dice que un millonario paisa le dio por abrir en su casa en la década del 60 una galería de pintura.

Por la calle Maracaibo dejo las oficinas del Banco de Bogotá y la Barra ejecutiva un sitio de postín cuando en el Centro habían ejecutivos de verdad que iban nada menos que a apurar uno tragos con su secretaria libidinosa ante el recibimiento de meseras recatadas, ahora convertido en streptease. Bajo hasta mi sitio preferido de la calle, el Teatro Ópera, y luego un almacén de calzado y en la esquina el almacén de la moda Vamos. 

Pero toda esta topografía desapareció cuando Guayaquil fue aniquilado, qué digo, no desapareció sino que las inteligencias artificiales de planeación municipal junto a sus jefes no previeron lo que ocurriría, se extendió su fauna con toda clase de ventorrillos en toda la ciudad. Los almacenes elegantes de ropa fueron desapareciendo, así como los almacenes de discos, los restaurante, la Librería Aguirre y el teatro Ópera, y llegaron los vendedores de droga apostados junto al elegante y siempre a media oscuridad de la Barra Americana y de la Barra Ejecutiva convertidos en strepteseaderos, que junto a las pensiones de mala muerte cooptaron el lugar, la calle, cambiando totalmente el ambiente.  El paisaje citadino es ya el propicio para la Medellín de la sensibilidad mafiosa que ha mordido todas las jerarquías de la ciudad, que imperceptible cambia, que no es más que la falsa idea de modernización.
Pero ya voy a referirme a un sitio, al Club de Ajedrez y Billares Maracaibo, que permaneció incólume durante 54 años y fue testigo de todos los cambios de piel de esta cuadra, y ahora por efectos de la presión de los negocios, de la necesidad de hacer más rentable el espacio ha sido cerrado, y por lo tanto, llevado a otro sitio en el Pasaje Sucre con La Playa.

Este sitio, que en el comienzo era exclusivo, fue fundado por don Arcadio Zuluaga. Este era alto y delgado y con voz de tenor, vestía frac y era una persona elegante, en ese Medellín donde aún el buen vestir daba la presentación necesaria para estar en sociedad.  En 1962 se inició este lugar lejos del reino de este juego el Metropol en Junín con Caracas, sitio emblemático de los nadaístas. En 1962 El lugar se inició con diez mesas de billar, era tanta la clientela que había que pedir turno para jugar billar entonces a don Arcadio se le ocurrió nada menos que implementar mesas de ajedrez para los que esperaban el turno del billar se entretuvieran, y resulta que así ante la fiebre por el ajedrez, este fue ampliado con 60 tableros.  Inicialmente convivían el billar y el ajedrez en el segundo piso, pero luego se creó un salón en tercer piso para el ajedrez, y por supuesto billar. A don Arcadio no le gustaban los comunistas, no sé como poesía un detector y no los dejaba entrar a su negocio o los expulsaba.

En el tercer piso, en el Salón Fischer, nos recibe una fotografía del genial ajedrecista y al frente otro cuadro, una pintura del mismo ajedrecista.  Aquí en este tercer piso ese salón fue bautizado con el nombre de un ajedrecista inmortal, rebelde, conflictivo que, en los años 1970, retó a Boris Spassky y allá en Reikiavik el ruso sufrió su derrota no solo el jugador, al perder su título de campeón mundial sino todo el poder ajedrecístico de Rusia donde el ajedrez es una preocupación del estado. Aquí en este lugar siguieron los fans de Fisher cada jugada de sus partidas a través del teléfono y alguien cantaba los movimientos de cada jugador donde situaban en un tablero fijo en la pared el movimiento de las fichas y alentaban hipótesis sobre cada uno de las posibles respuestas de cada jugador. También aquí en este salón se oficiaron diversos campeonatos de ajedrez, donde era posible encontrar a diversos maestros del ajedrez como Carlos Cuartas, a Tirso Castrillón, Boris de Greiff, a Javier Gutiérrez, a Emilio Caro, la prestigiosa Ilse Guggenberger, y a Oscar Castro que desde niño deambulaba por los sitios de ajedrez. También varios ajedrecistas jugaron simultáneas con Miguel Cuéllar Gacharná.

Pero también este lugar sereno, lejos del tráfago de la ciudad y la perdida de lugares para los habitúes y transeúntes tuvo sus momentos de destello debidos al billar. Por aquí llegaba Otoniel Mesa a enseñar a jugar billar, contratado nada menos que por don José Ramírez Johns dueño de Billares Champion. Él aun anda con su taco dispuesto para enseñar a quien desee aprender a jugar y escuche, como diría Gonzalo Arango, el tas tas de las bolas de billar en la noche, en las noches de la Villa. Aquí el billar tuvo su santuario, se jugaron campeonatos de todas las magnitudes, nacionales, municipales, y no era raro encontrar a uno de ellos, Ramón “Tabaco” Pérez. Las fotografías en las paredes revelan esas historias de este juego como una presencia que perdura.

Ahora en esta tarde de febrero encuentro al poeta de la Paz Cansada, Luis Flórez Berrío, jugando billar; él es uno de los habitantes del Centro. Escribía en “La Defensa” al lado de Belisario Betancur, y luego, muchos más tarde, cuando la Chana había desaparecido, en la calle del Codo poseía una relojería con venta de libros, casi incrustado en la pared, para arreglar relojes de diversas marcas como Ferrocarril de Antioquia, Cornavin, Mont Royal, y a más de ese oficio, él es un poeta de toda la vida. También, luego de buscarlo algunos años, me presentaron al escultor Oscar Rojas que llega por estos pagos a jugar billar.  Aquí el billar tiene su presencia con una reproducción de un pintor, Saturnino Ramírez, que le dio peso y prestancia a este juego. Aquí converso con Bernardo Fernández jugador de billar y tanguero. Javier Gutiérrez uno de los ajedrecistas reconocidos, también llega por estos lados en búsqueda de amigos para departir, así como Juan Rafael Arbeláez gran conversador y jugador de ajedrez.

Esta calle, Maracaibo, ha perdido su aura, de lugar cultural y de entretenimiento, con el traslado de este club, y ha terminado en lo siempre: los jibaros venden sus caramelos tóxicos de cocaína, un strep tease aún existe la Barra ejecutiva que cambió ejecutivos por chicas que van y vienen, y los hoteles baratos cercan la calle. La Barra Americana ha cerrado sus puertas también como strip tease. El Ópera convertido en centro comercial donde los chinos a distancia imponen sus mercaderías baratas que arrasan con lo que sea, y los vendedores de celulares inauguran la nueva era de la futilidad de las conversaciones. Junto a estos hoteles de paso se abren parqueaderos que son la peste en el centro histórico de la ciudad. Cada calle y los edificios se los han tomado estos parqueaderos creando esas pequeñas zonas muertas dentro de las cuadras donde la vida social desaparece.

Primero fueron cerrados los cafés de tradición, luego los teatros, más tarde las librerías, dejando el Centro en un empobrecimiento cultural absoluto. Por supuesto llegaron sus sustitutos que son la expresión más elaborada y sucia del paisa: los casinos, las salas de masajes y las casas de las prepagos, los brujos con sus bebedizos, sus consejos de risa y sus talismanes de cristal barato, los hoteles de baja estofa, los parqueaderos con sus zonas muertas. También persisten los sanandrecitos, las ventas de cds y libros piratas, los jibaros que nadie ve, y un largo etcétera.

En la noche Maracaibo nada tiene que envidiarle a una calle definida como una zona muerta. Las rejas de acero en la mayoría de negocios dan la impresión de que la vida aquí no existe. Todas las fachadas se ven uniformadas por lo bajo, de afán, el mal gusto dado por la voracidad de buscar rentabilidad como única propuesta. El paisaje de las calles se afea. El caminante nocturno pasa y no tiene donde mirar sino huir del Centro cada vez más destruido.