lunes, 28 de marzo de 2016

Gabriela Samper, escondida / Fátima Correa




Gabriela Samper, escondida

Fátima Correa
                                                              
La historia del cine colombiano, como toda historia, está sesgada, mutilada, películas perdidas, fotogramas encontrados, nombres ignorados, ocultos. Y es que frente al documental es aún más dramática la situación, sobre todo porque la primera mujer, la abuela del documental (porque la mamá se llama Marta Rodríguez) es desconocida, en las universidades de comunicación o de cine, no se menciona su nombre, incluso los cinéfilos ignoran su legado. Excepción hecha claro, de cuando amorosamente su hija, única guardiana  y poseedora de su obra, acepta mostrarla bajo su tutela en algún festival, muestra o evento. Más aún, si alguien va a  patrimonio fílmico para ver sus películas, necesitará una autorización suya. Es comprensible, querer proteger ese legado, darle la importancia que tiene, explicar el contexto en el que se hizo cada una de las obras, para así asegurarse de que el espectador entenderá y dimensionará la importancia que tienen; también poder entender la persona que fue Gabriela: sus luchas, su pensamiento crítico y adelantado a su época, su sensibilidad y comprensión del país y las personas, su historia como primera mujer documentalista en Colombia, respetada y admirada en muchos lugares. Por eso, cuándo fue capturada en 1972, por supuestas actividades subversivas, un grupo respetable de artistas latinoamericanos alzó su voz para exigir su liberación, entre los firmantes estaba Glauber Rocha. Es comprensible querer proteger esa obra: El páramo de Cumanday, Historia de muchos años, Una máscara para ti una máscara para mi, Ciudades en crisis ¿qué pasa?, Festival folclórico de Fómeque, Los santísimos hermanos, El hombre de la sal,   pero al hacerlo, se está privando a la mayoría de su conocimiento y se le están cortando las alas a una filmografía que podría estar hablándonos, contándonos, mostrándonos, conmoviéndonos, y que al contrario, permanece casi oculta .

A 42 años de su muerte, la obra de Gabriela Samper sigue guardada, custodiada, protegida, escondida, de los colombianos y del mundo. Son muchos los jóvenes realizadores que pueden nutrirse de su cine, muchas las personas que pueden apreciar, valorar y disfrutar de su obra, única, no sólo por los temas que aborda, como en el caso de los Santísimos Hermanos, una secta que ya no existe y de la que esa película cortometraje es el único testimonio vivo, sino también por su manera única de narrar, que la hicieron artista, y que a pesar de los años que han pasado, nos siguen diciendo algo:  perviven en el tiempo, esperando a ser vistos, encontrados por nuevas generaciones. Un diálogo suprimido pero necesario con ésta época, con ésta realidad pero también con nuestro cine, que es un grito de resistencia, un grito de amor, que necesita de sus raíces para seguir creciendo y floreciendo. Ojalá se libere el cine de Gabriela Samper en las universidades, en los cineclubes, en la televisión, en la internet, en todo canal de comunicación y  toda persona que quiera explorar una voz única del cine latinoamericano.




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