domingo, 28 de febrero de 2016

Punto Seguido N. 58



Punto Seguido o la persistencia en la poesía

Víctor Bustamante

Por el correo de las brujas, ese que permite que llegue de una manera inesperada recibo de manos de John Sosa, transeúnte del centro, inmerso en su seriedad, -a veces lo siento así, él siempre de afán- una buena sorpresa. Y por esa razón ha permitido que ahora, en este domingo caluroso de febrero, lea Punto Seguido N. 58. Y cuando digo sorpresa, es por la persistencia en la poesía como acto de afecto y creatividad, y, sobre todo de comunicación en un momento donde la misma poesía anda permeada y prostituida por los negocios, el aprovechamiento personal y no la cercanía con ella como manera de sustituir y paliar un mundo confuso, atrabiliario lleno de falsedades donde el entretenimiento y la superficialidad gana terrenos en la vida cotidiana, y deja la poesía desmantelada en los sótanos de la desmemoria.

La poesía pura, y vigorosa no sucumbe a este falso camino que la corroe, ¡que no!, la poesía, la que vale, mantiene su lucidez en el crepúsculo, en la ordalía de la noche y en la irreverencia de lo cotidiano. Por esa razón celebramos el nuevo número de Punto Seguido, por esa razón en la revista, donde ella sobrevive, sabemos que el pulso de la escritura se encuentra intacto, y nos demuestra que aún hay constancia en la poesía como norma de vida, como pulsión creativa. En las revistas, en este caso con Punto Seguido, le damos otra mirada a la realidad de la ciudad, a las preocupaciones de sus escribas, a las sinrazones de sus poetas, al pulso y nervio de sus escritores que calle a calle y página a página no dejan que la mentalidad paisa de negociantes la hayan sumido en un cuadro de aperos y relojes extraviados en la mesita de noche, sino que ellos: John Sosa, Luis Fernando Cuartas, Óscar González y Carlos Bedoya asumen el reto de enseñarnos que la poesía posee el misterioso adagio de las comunicaciones, de la vitalidad del asunto pasional para que ella no se sumerja y naufrague en el mandato de la mediocridad, como ahora, en estos tiempos no del cólera sino de tanto aspaviento y donde la musa, ¿Calíope?, se encuentra encarcelada.

Los poetas antologizados como Guillermo Sepúlveda con su desconcierto nos devuelve un eco de una bella canción: “En primavera / una arrebatada sinfonía de Mozart/ iluminará de colores / el jubiloso aroma del jardín y la pradera”. Tarsicio Valencia con su poemas de la naturaleza como refugio al desespero: “Agua memoriosa/ Orquídea blanca de la infancia”. Carlos Ciro nos dice ante el misterio y las mil preguntas del asombro ante el bosque: “tú que fluyes /tropiezas una vez más/ sobre esta piedra/ y sea tu espuma / el arraigo de estos ecos”. O la apesadumbrada Anna Francisca Rodas que huye al deseo y cree ser víctima y no victimaria dice: “Podría llamarme Juana,/ Salomé,/ Virginia,/ Antonia/ o ser liturgia de vagamundos / cuyo nombre devoran/ las fieras.” Cuartas erotizado decide no levar anclas sino quedarse en ella, esa desconocida, a quien no nombra sino en sus deseos: “Bisagra que muerde decían los profetas, la gran puerta ardiendo decían los poetas, es el centro universal, la garganta hirviendo, el brebaje del sol…”. John Sosa perplejo ante el silencio y ll palabra como mediatizado, añade: Mientras espero el mar se desdobla. Suceden imprecaciones de alas. Ella fue. Con sus camellos pasó por el ojo de la aguja. Sus cartas, el licor. Los ninfos parlotean. Su amor, nudo corredizo. Istar en su casa de hongos. Expíame bajo el árbol de manzano”. Ah, y no podía falta Carlos Bedoya, uno de los pocos poetas incontaminados de la ciudad: “La luna llena / labial viscoso/ de acequias en flor/ de sueños/ al borde del tálamo/ donde yacemos/ en víspera de la risa/ a punto de estallar/ como glaciares voraces”. Dominio y plenitud en su poesía.  Óscar González lúcido y a veces lejano, bordeando los caminos de las artes visuales entrevista a German Soto. Pero Jesús Gómez, a pesar de su nombre bíblico, antes mesiánico, poetiza: “Todos los días / llegan camiones cargados / en su interior / cada uno trae su historia...”

En síntesis, Punto Seguido nos demuestra que la poesía aún está que arde, que aún perdura en sus presencias, y, en esa cercanía, renace solo una vez al año para entregar su huella y su esfuerzo, su osadía de los collages. O sea, para decirnos que ellos están ahí en el ruido cotidiano de la calle, lejos del asombro de la corrupción que permea el país que parece no habitarnos, que la poesía es el destino de la generosidad y del afecto, pero, sobre todo, del diálogo y la perseverancia en la vida. Que en sí la revista como objeto no oscuro sino fulgente es una obra de culto por el cuidado, el diseño (Adriana Lopera entrega su talento), la prestancia, y, sobre todo, la correspondencia de sus hacedores entre vida y poesía. Punto Seguido es todo un manantial fresco, agua clara, poesía pura, en este verano tan temido.


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