domingo, 27 de diciembre de 2015

Libros leídos / Francisco Velásquez Gallego

Francisco Velásquez Gallego      /   foto de Mario Correa

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Libros leídos

Francisco Velásquez Gallego



DESDE HOY UN ARTISTA SERÁ JUZGADO SÓLO 
POR LA RESONANCIA DE SU SOLEDAD 
O LA FUERZA DE SU DESESPERACION. 

CYRIL CONNOLLY.  
"Para una tumba sin sosiego"

La lectura es un acto solitario que afirma certezas, ilimitadas, sobre el universo y sus enfermedades. 

Y permite reinterpretar la creación cuasi divina del autor de un texto determinado, para transitar este pasar-por-el-mundo con toda la complejidad que implica.

Uno leyendo afronta la desolación humana que es la existencia. Y por eso son importantes el arte y la literatura porque con ellas entendemos que las perturbaciones que se nos presentan pueden clarificarse más en el transcurrir de lo cotidiano.

Vengo en calidad de lector y lo soy porque pasé la mayor parte de mi vida pegado de afortunadas obras literarias, siempre bien asesorado por amigos escritores y diletantes de todos los tamaños y sabores… 

Por eso estoy acá para comentar impresiones acerca de la condición de leedor de literatura y otras publicaciones varias, como las del oficio que escogí, el periodismo.

En cuestiones de libros no hay uno mejor que otro, son distintos. Demasiado escasos los buenos; y mucha especulación mercantilista para imponer los gustos de editores, los del común. Aunque puede afirmarse que el libro es un hallazgo tan trascendente que en cualquier volumen por malo que sea alguna cosa importante puede encontrarse.
El libro de acuerdo con Umberto Eco es como una cuchara, un martillo, la rueda, unas tijeras que una vez inventados ya quedó descubierto para toda la vida, y nunca desaparecerá, y no se puede hacer nada mejor. Es posible que adquiera otras dimensiones y modos de relacionarse con nosotros pero es inevitable que su duración será tan concreta como la de toda la humanidad, hasta el momento que desaparezcamos para siempre.

Se quiere rescatar a través de la memoria cada fragmento de vida que vuelve a nuestra mente,  por más indigno o doloroso que sea. Y la única manera de hacerlo es fijarlo con la escritura. La literatura por ello consigue enfrentar la indiferencia de hoy en esta sociedad contemporánea cada vez más banalizada y consumerista.

Desde esta perspectiva lo mejor es recordar los libros que han influido en una experiencia vital respecto a la cualidad de haber sido objetos de transformación en las consideraciones individuales sobre la vida y el arte.

En estos tiempos sobreabundantes de información globalizada a través del internet y  del espectáculo farandulero montado alrededor de la literatura, las artes y los deportes, así como de los hechos cotidianos elaborados en los medios de comunicación, se impone la necesidad de criterios más elevados para discernir la importancia de los clásicos auténticos que hoy perviven ya demostradas sus dotes de creadores incomparables.
Por ello en las wikipedias y publicaciones de libros de las editoriales existen miles de listados que se aproximan pero no disciernen por qué la mayoría de los libros mencionados han devenido en clásicos. Así que todos sabemos, cuando hemos sido buenos lectores, que hay mucho libro quizá la mayoría que se desvanecen en el tiempo y unos grandes y más bien pocos que cada día se convalidan más en su esplendor y trascendencia.

Me interesa resaltar hoy autores con obras magistrales. Dejaré   de mencionar muchos que lo merecen y demasiados que para fortuna no cuentan con mi beneplácito.

Voy a hablar sólo de algunos, claro que no están todos, de los escritores que me han trastornado, modificado, lacerado el espíritu, lastrado mi alma, herido, cicatrizado el corazón, en fin que me han dejado una rayadura de por vida. Porque no acepto sino al escritor que puede hacerme doler con su manera de mostrarme lo que es la existencia humana y el comportamiento de quienes habitamos el planeta.
Helos aquí: 

Lawrence Durell y el Cuarteto de Alejandría. Durell se planteó una forma narrativa singular: tres elementos de espacio y uno de tiempo y en cuatro tomos logra la versión de la misma realidad por cada uno de sus protagonistas principales o sea que cada punto de vista contribuye a esclarecer más esa historia maravillosa de un tema que recorre toda su dimensión expresiva: el desgarramiento del amor.
A través de Justine, Baltazar, Mountolive y Clea, crea el universo más esplendoroso sobre las vicisitudes del amor presente en cada relación de las personas, ambientada en días vinculados con la segunda guerra mundial, en la maravillosa Alejandría donde debemos destacar la condición única de su carnaval.

Malcom Lowry con Bajo el volcán nos lleva al infierno contemporáneo, mediante una escritura desgarrada y compartida con el alcohol que es el acompañante necesario para esta suerte de purgación mental, comparable a un nuevo descendimiento a los interiores de la tierra para mostrar la desolación de Geoffrey Firmin, un funcionario de un gobierno extranjero en una tierra tan extraña pero tan inevitable como es el México del día de los muertos. (En 1938).

Lowry quien casi pierde los originales en un incendio de su cabaña en Dollarton, Vancouver, Canadá debió reescribir este clásico del siglo 20 para complacer editores porque en su tiempo su temática era impublicable para el gusto equivocado de la época. El mismo autor dice sobre su novela:

"Puede considerarse como una especie de sinfonía, o, en otro sentido, como una especie de ópera, y hasta como una película de vaqueros. Es música hot, un poema, una canción, una tragedia, una comedia, una farsa, etcétera. Es superficial, profunda, entretenida y aburrida, según el gusto del lector. Es una profecía, una advertencia política, un criptograma, una película cómica, unas palabras escritas en un muro. Puede considerarse también como una especie de máquina... En el caso de que usted piense que he hecho cualquier cosa menos una novela, es mejor que le diga que en el fondo mi intención era la de escribir, aunque sea yo quien tenga que decirlo, una novela profundamente seria. Pero también es, y lo sostengo, una obra de arte, en cierto modo distinta a lo que usted creía, y también mejor lograda, siempre de acuerdo con sus propias leyes".

La acción que transcurre en una jornada quiere lograr el reencuentro del cónsul británico con su esposa pero ya el alcohol esta apoderado de su alma y termina en un repugnante lugar donde es asesinado de modo vulgar y miserable. Cuando recibe numerosos disparos tiene tiempo de exclamar:

“Qué manera más sórdida de morir”. 
Ese viaje dantesco que los humanos debemos  ver, desde la marginalidad de espíritus críticos, frente al momento que vivimos de tanto desafuero por el ánimo capitalista de la ganancia a costillas del trabajo del resto de los las fichas carnetizadas en que nos han convertido en el sistema.

 “Vivió de día, bebió de noche y murió tocando el ukelele”. Es el epitafio escogido por el propio escritor para su tumba sin nombre. Y en su poesía reflejaba sufridamente ese infierno alcoholizado que le daba vida.

Ilustro con dos de sus poemas:

SIN TIEMPO DE PARARSE A PENSAR

La única esperanza es el próximo trago.
Si te apetece, puedes dar un paseo
Sin tiempo para pararse a pensar, 
La única esperanza es el próximo trago.
Inútil titubear en el límite,
Peor que inútil todo este hablar.
La única esperanza es el próximo trago.  
Si te apetece,  puedes dar un paseo.

y
Oración  para borrachos
Dios da bebida a esos borrachos que se despiertan al amanecer
Farfullando sobre las rodillas de Belcebú, totalmente destrozados;
Cuando una vez más espían a través de las ventanas
Acechando, el terrible puente cortado del día.


(Reitero que estoy mencionándoles libros y autores que estoy seguro que podrán tomar en sus manos y jamás se arrepentirán de haberlo hecho. Son autores con los que va uno a la fija porque todos son ejemplos evidentes de un gran creador con una obra acabada y de trascendencia inevitable).

Debo proseguir con personajes como Henry Miller y sus Trópicos, pero sobre todo con sus ensayos como El coloso de Marussi que son demostración de la denuncia vital a la hipocresía de la sociedad capitalista, particularizada en los Estados Unidos donde padeció los insondables languidecimientos de la tristeza y el despojo universales. Que además influencia a los beatniks, escritores subterráneos como Jack kerouac y Alen Ginsberg quienes propician una respuesta generacional a la lucha contra las instituciones gringas y que son fermento de la acción contra las guerras, la de Vietnam que se constituyó en la primera derrota al ejército imperialista.

Faulkner y su paulatina degradación tanto del hombre como de la naturaleza, lo que se observa en toda su obra.

THOMAS MANN la montaña mágica. El canto disección de la enfermedad que consciente la búsqueda del amor y la sabiduría. Y los ensayos de la Sontag esa gran escritora de Estados Unidos con sus famosas “la enfermedad y sus metáforas” donde cuenta como venció un cáncer, y “el sida y sus metáforas”. 

La montaña mágica es considerada la novela más importante de su autor. Comenzó a escribirla a raíz de una visita a su esposa en el Sanatorio Wald de Davos en Suiza en el que se encontraba internada. La obra narra la estancia de su protagonista principal, el joven Hans Castorp, en un sanatorio de los Alpes al que había llegado como visitante. Introduce reflexiones sobre los temas más variados, tanto a cargo del narrador enamorado de Claudia Chauchat como de los personajes (especialmente leo Naphta y Settembrini, los encargados de la educación del protagonista). Entre estos temas ocupa un lugar preponderante el del tiempo hasta el punto de que el propio autor la calificó de "novela del tiempo", pero también se dedican muchas páginas a discutir sobre la enfermedad, la muerte, la estética, la política, etc. Se ha considerado un fresco sobre la decadencia del modo de vida de la burguesía europea antes de la primera guerra mundial.

John Updike Corre conejo. Cortejando a la cónyuge. Son una serie de relatos ocurridos desde 1960 con su protagonista Harry Rabbit Angstrom. A través de él expresa sus opiniones sobre los problemas de la sociedad norteamericana contemporánea, una sociedad que, según Updike, encuentra en el cine y la religión dos vías de escape. 
Escritor prolífico y no olvido un cuento maravilloso “cortejando a la cónyuge” que es el monólogo de un esposo abatido por la rutina y que encuentra regocijo al ver una forma de cruzar las piernas de su esposa en trance de seducción.

Saul Bellow. Herzog es un viejo loco, narcisista, masoquista y anacrónico, con una “larga enfermedad, mi vida”. Un escritor judío complacido en reflexionar la sociedad que enmarca su vida con una prosa devastadora y humana, con despojos lacerantes de su existir,

“Al hacer un resumen de sí mismo, reconoció que había sido, por dos veces, un mal esposo. A Daisy, su primera esposa, la había tratado miserablemente. Madeleine, su segunda mujer, había intentado manejarlo. Para su hijo y su hija era un padre cariñoso pero malo. Y para su país, era un ciudadano indiferente. A sus hermanos y a su hermana los trataba con afecto pero se mantenía muy aparte de ellos. Para sus amigos, era un egoísta. En cuanto al amor, era un perezoso. En cuanto a la brillantez, era un hombre apagado. Ante el poder, pasivo. Y respecto a su propia alma, tomaba una actitud evasiva”. Y sin embargo que encantador era.

Y todo ese transcurrir apegado al concepto de la muerte, un terror infantil que sufría para verse obligado a tomar su vida de la manera que lo hizo. Todo rematado en esta sensitiva frase: “Cuelga de una estrella tu agonía”

Debo terminar con mención a algunos de los escritores latinoamericanos que han ocupado mis lecturas:

Juan Carlos Onetti, la vida breve. Comparto lo que dice Vargas Llosa, que “es uno de los grandes escritores modernos, y no sólo de América Latina. "Es un escritor enormemente original, coherente; su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura".

La vida breve (1950) es la novela más importante y conocida del escritor uruguayo, cuya acción se desarrolla, básicamente, entre Buenos Aires y la mítica Santa María — ciudad ficticia y cuasi onírica en la que transcurren, también, "El astillero" (1961) y Juntacadáveres" (1964).

El protagonista de esta novela es Juan María Brausen, quien se escapa de su realidad creando otra en la que acabará metiéndose, a través de la desolación más congruente que he leído jamás.

En Argentina es predominante Jorge Luis Borges con Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Ernesto Sábato y  Leopoldo Marechal, muy desconocido pero de grandiosa significación literaria. Su novela Adán Buenosayres es escrita con el rigor de la gran novelística universal y el séptimo y último libro de la obra el "Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia", es ni más ni menos que una parodia del Infierno de La Divina Comedia del Dante Alighieri.

Y en nuestra sangrada Colombia merece recordarse al Nobel 1982 Gabriel García Márquez y de otra manera el Germán Espinosa de La tejedora de coronas que son las remembranzas de Genoveva Alcocer, en la Cartagena del siglo 18, época de apasionadas búsquedas, ebullición intelectual y grandes transformaciones. Genoveva es una criolla aventurera, visionaria y lúcida que parte de su tierra natal a recorrer el mundo y a participar de la rebeldía y la emancipación propias del siglo de las luces.
Finalizo con el discutido Mario Vargas Llosa y en general toda su novelística, aunque le duele a uno tanta  estulticia en el carácter crítico respecto al avance del humanismo por sobre la explotación del hombre por el hombre. Pero existen de sus creaciones, por ejemplo, Travesuras de la niña mala, que son verdaderas piezas creativas de ingeniosidad y sabrosura sin iguales.


Francisco Velásquez Gallego
Abril 14 del 2011






viernes, 11 de diciembre de 2015

Ya te maté, bien mío. Ahora qué será de mi vida sin ti. Crónicas judiciales de Don Upo /Francisco Velásquez





Ya te maté, bien mío. Ahora qué será de mi vida sin ti.
Crónicas judiciales de Don Upo
Francisco Velásquez

Ediciones Unaula, 2015
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                                              Para Marlene Upegui

Víctor Bustamante

Solo vi a Don Upo una vez. Había visitado su casa por invitación de su hija Marlene, con una amiga de ella, Mariela, y, ya en la sala, vi pasar un señor de caminar lento, algo serio. La casa quedaba situada en la Floresta por la carrera 82 con la calle 47. Y allí fui varias veces, cuando ya don Alfonso, como le decía mi amiga, estaba recluido, en recuperación, pero no, ya estaba muy enfermo, y fue que su hija refirió, que era Don Upo. Ahí mismo caí en cuenta que lo conocía, que lo había leído varias veces, que había buscado su columna de Los estrados judiciales en El Colombiano, por algo peculiar, su manera de escribir, por su humor y, así mismo, por su dominio de ese pequeño espacio donde era posible situar todo un drama acaecido, influyente, donde las vidas de las personas involucradas habían cambiado su cotidianidad debido a un evento determinado que terminaría en la fatalidad, como si fueran víctimas, del fatum siniestro que los arredraba, y en un solo instante todo cambiaría para ellos. Una sola meta les quedaba como posibilidad: la muerte o la prisión.

Más tarde, mucho más tarde, caía en cuenta que no solo don Alfonso, al pasar, dejaría esa estela de no haber podido conversar con él, de saber que en él residía toda la presencia de un periodista eximio, de un escritor verdadero que deambuló, escribió no solo por el Medellín literario, que vivió en Campo Valdes, sino que con el tiempo sus crónicas se convertirían en su huella y en la peculiar manera de hacer periodismo; todo aprendido con la disciplina y con un talento difícil de equiparar hoy.

A veces creo que en este aserto, la caída en un oscuro y despiadado destino, es que radica la curiosidad, o el interés de leer los hechos que ocurren en sus columnas, no solo son transgresiones al otro, ya sea en lo más denostable: un crimen, pero queda esa acedia de saber cómo una persona cae desbocada a ese lugar temido, el lento enredo judicial, manifiesto en un destino de papeleo que le elige nada menos que el infierno de una prisión.

De ahí que estas crónicas giran en torno a lo eventual: el miedo, la culpabilidad, la falsedad y el crimen, marcadas por el pesimismo y la crueldad. Donde el autor subraya principalmente a la hora de recrear personajes anónimos que pueden uno encontrarse en cualquier lugar, que se convierten en castigados y castigadores. Así, el territorio del mal en sus diversas manifestaciones se enseñorea sobre la postergación de la civilidad y hacen caso omiso a esta, porque ahí precisamente reside una manera de ser del antioqueño: un ser, en muchos casos, atiborrado de maldad, de venganza, junto a lectores ávidos de escrutar su fondo oscuro. Así, basado en hechos reales, Don Upo, creó un género, que luego sería maltratado por periodistas ocasionales y por apostilleros sin formación. Así mismo estos hechos que narra saldrían de la página judicial de los diarios a habitar su propio periódico, donde el amarillismo hace parte del consumo doméstico junto a la pornografía.

Estas crónicas no solo se deben mirar como algo donde la picaresca pervive, una suerte de notas de crímenes, porque lo son, sino también sobre el Medellín popular con sus venganzas, sus acechos y sus crímenes. De ahí que nos dan otra visión del ser antioqueño: su maldad, la nimiedad de los eventos que llevan a un crimen, así como nos dejan con la curiosidad de querer saber qué había detrás de ese momento en la cual sucede lo ineluctable y que asombra al lector hipócrita que atisba el destino del otro.

Cada una de estas crónicas poseen una forma de ser elaboradas, el escritor presenta los nombres y el evento, da su punto de vista y al final, de soslayo, notamos el papel de la justicia, casi siempre con una banal aplicación de las leyes. Todas las crónicas están matizadas por el humor y cierto cinismo. Pero también palpita el ámbito citadino, en las crónicas de Medellín, donde es posible mirar los diversos nombres, su topografía vital, ahora poco mencionados o que se han ido cambiando: la Policlínica, los juzgados, Decypol, la Ladera y su patio más connotado: la Guayana, la cárcel del Buen pastor. O los sempiternos nombres asociados al miedo: Guayaquil, la Calesita, -muy tierno y lleno de horror-, la Bayadera y los nombres de bares, el Cubaney, el Zulima, Media Luz N.3, el Montería, el Occidental, junto a sus saloneras –que ya se han ido a atender otros clientes no sé dónde-, y el Palacio Nacional –sede de los juzgados-, las permanencias, así como el radio periódico Clarín. Estas crónicas permiten observar un mundo subterráneo, aquel al cual pertenece y se perpetra en lugares especifico las cuestiones de la violencia del amor, y expresan otro Medellín, así como esos lugares de Antioquia, aunados por una misma mentalidad, el odio y la poca tolerancia. En el tiempo en que fueron escritas estas crónicas, nunca se escribió en Antioquia nada parecido en la literatura donde fuera posible observar el lado oscuro de un municipio sino que la literatura y sus escritores andaban en otros espacios. 

Rastreadas estas crónicas expresan el otro Medellín: el oscuro Medellín que nunca fue descrito en ninguna novela, pero que Don Upo nos entrega y, que sin querer, se proyectan a decirnos cómo era la Ciudad Industrial de Colombia. Por esa razón, Don Upo, antecede a la llamada hoy novela negra, y, siempre me he preguntado la razón por la cual él nunca escribió un trabajo más extenso sobre este tema.

Estas crónicas develan un inicio, un entramado y un final peculiar que a lo mejor por eso son tan leídas, ya que se deslizan hacia un interrogante sobre la disolución del orden vigente, al cuestionamiento de las relaciones sociales aceptadas, debido a la llegada de un hecho inusitado vestido con las galas negras del crimen. De ahí que, al leerlas, el lector dude de todo el aparato de seguridad, ya sea por las diversas clases de sentencias, y, sobre todo, por la necesidad de verse protegido por ese orden que en apariencia brinda seguridad.

A veces me da la impresión de que Don Upo  pudo haber sido un detective sentado en su escritorio mientras leía los folios de esos sucesos, que más tarde serían sensacionales. En este sentido presupone la investigación de un hecho criminal que debería llevar a cabo un agente secreto que recoge pruebas, interroga testigos, saca planos y, por fin, concluye. Al leerlo me digo que cada uno de esos eventos pudo haberse convertido en thriller.

Hay, en algunas crónicas, la mención a una suerte de amigo, que más parece una invocación cuando tiene alguna duda. Pensé que se trataba de san Odulfo, aquel misionero, considerado el testigo fiel, pero no, se trataba de un amigo suyo, profesor además, Odulfo, que le hacía observaciones sobre sus escritos.

Don Alfonso Upegui, Tartarín Moreira y Carlos Correa son aquellos artistas que estuvieron vinculados con la búsqueda de la justicia al trabajar en con los diversos aparatos de seguridad del municipio. Francisco Velásquez, en su libro, lo ha dignificado en el lugar que se merece: hacer parte de la tradición de los grandes periodistas del país, y de la literatura, porque unas seis mil crónicas no se escriben de un momento otro.