domingo, 1 de noviembre de 2015

Hikari Oe



Hikari Oe

                                                      Para Hela Kobal
Víctor Bustamante


De qué región de la oscuridad y de su noche
De qué territorio de silencios y abismos en ese destino ignorado por un dios perverso que lo condenó entre la muerte y el desasosiego, a la quietud y a la perplejidad, 
ha regresado Hikari Oe,
que ha caminado hacia su centro, a su interior, por esa caverna, que como un mandala oscuro de laberintos aún más sombríos busca regresar a un sitio común: la plenitud.
Escucha los pájaros de la noche, volar en la entraña de pedernales negros,
Allí no hay dilemas, ideologías ni desenlaces extremos
Él regresa con esas flores sangrientas que son las cenizas de su esperanza: los haikus de su música: un adagio con los sonidos del piano y la flauta
Para darnos
La versión que encontró dentro de sí
Una parte de la música olvidada de Japón
Que él guardaba en su interior y le fue entregada cuando un pájaro desde un cerezo le abrió la llave al alfabeto de las baladas que no había escuchado, y que serían suyas
Hikari Oe esta mañana de octubre, una mañana lluviosa, me ha dicho que ha vagado como si fuera Matsuo Basho en busca de sus justas palabras para decir sobre el camino que solo recorre el crepúsculo
Hikari ha convertido los haikus en su música
Tanta desesperanza derrotada por la dulzura de su Adagio
Tanta melancolía olvidada por su Nocturno
Tanta vida y frescura que brota como el agua del alfabeto de sus notas en un Grief

Hoy no caminaré por el bosque de los suicidas de Tokio, Aokigahara, donde se advierte:
“Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda y no atravieses este lugar solo”.

Hikari desde el extremo de su territorio, donde no hay dioses turbios ni imperios, ni la blancura del monte Fuji, me ha señalado con la melodía de su ternura que no vale la pena seguir el camino de los suicidas del crepúsculo,
y ahora me he detenido cerca a los lagos del bosque sagrado para que mis manos palpen el agua infinita
Mientras Kensaburo Oe, su padre, lo lleva en bicicleta por las calles turbias de Tokio.

Hoy he conocido a Hikari, a través de los soles nacientes de su música que atraviesa zonas oscuras, territorios ignorados, aceras grises, cúpulas de neón de los rascacielos de Sunhine City, pero el agua fresca de su Adagio me acompaña, incluso en esta noche cuando acecha desde los almanaques la muerte.

Ah, la vasta noche de noviembre


                                                      Noviembre 1 del 2015

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