lunes, 5 de enero de 2015

“MEDELLÍN: CINE &CENIZAS” de VÍCTOR BUSTAMANTE /Carlos Alfonso Rodríguez






“MEDELLÍN: CINE & CENIZAS”

              de

 VÍCTOR BUSTAMANTE
                                                                                                          
                                                               
Carlos Alfonso Rodríguez
    
     El más reciente trabajo literario escrito y publicado en Medellín, por Víctor Bustamante (Barbosa,1954). La novela “Medellín: Cine & cenizas” (2014). Es una grata construcción literaria, una maravillosa ficción, una simpatiquísima comedia, una gran crónica urbana y un extraordinario reportaje. En donde el personaje central de toda la historia es “El mirón” un inquieto adolescente que empieza fisgonear a todas las vecinas de la vecindad, barrio y pueblo, porque se ha encontrado prematuramente con un insaciable despertar sexual que desde entonces nunca se apagará ni se extinguirá en su vida, por lo menos durante la historia, relato y ficción, ese despertar se mantiene incólume, erguido y viento en popa.
     “El mirón” se aficionará al cine que se convertirá en una fiebre, obsesión y pasión cuasi enfermiza, pero paralelamente a esa fiebre, obsesión y pasión, contraerá un virus humano, no contagioso, pues se volverá un jovenzuelo enamoradizo, mujeriego e infiel, que perseguirá mujeres solitarias en los cines, en las calles, en las bibliotecas a las que seducirá con la magia de su encanto espontáneo, natural, cinéfilo y su pelo revuelto imitando a los Beatles, Mick Jagger, Cat Stevens y a otros mechudos de los años 60 y 70.
     “El mirón” será una hombre sexualmente insatisfecho, goloso y un permanente buscador del amor a través de nuevos cuerpos, labios y formas para lograr triunfar no en él, sino sobre el amor y sobre todo encima de la piel de las féminas que se le atraviesan en su vida o en sus vidas, como en el caso de la perfecta doctora que vivía en el Edificio Teatro Colombia, construido sobre lo que fue quizás alguna vez el antiguo Teatro Colombia.
     “El mirón” es a veces un joven solitario que recorre la ciudad, cafeterías, bares, tabernas, plazuelas, parques, heladerías, estanquillos, en donde hace planes, proyectos, aventuras. Luego regresa y vuelve a caminar por todas esas mismas calles, callejuelas, pasajes, jirones, largas avenidas, centros comerciales y tantos otros recovecos citadinos.
     “El mirón” vagará por los cines y teatros de toda la ciudad de Medellín, porque hay que reiterar que la ciudad es uno de los grandes personajes a través de todo el relato o narración. Por ello es que vemos desfilar a los teatros más importantes, pero también a los más escondidos, ignorados y olvidados, que a través de esta novela en forma de crónica o crónica novelada nos permitir conocer el autor. Sin duda que la gran protagonista es la ciudad, sus teatros de otrora o antaño, sus cines, sus calles, sus jóvenes habitantes, sus cafés, sus nuevas tribus urbanas que tienen sueños, aspiraciones, anhelos, deseos.
     Sobre todo esos deseos inacabables que mantienen y sostienen vivo a “El mirón” que junto con sus amigos quieren, pretenden y tienen interminables aventuras, una de ellas hacer cine y películas, como todas esas películas que habían visto en muchas tardes, en largas horas, en tantos días y años. Pero las condiciones para realizarlas se les volvían cada vez más difíciles e imposibles, porque de modo equidistante hacían otras actividades, oficios, vidas, en medio de tantas limitaciones de la época. Sin embargo, esa llama se mantendrá encendida en sus corazones, cuerpos y cerebros por siempre.
     “Felipe el hermoso” es un amigo de “El mirón” que se encuentra en sus entrañas, en su más profundo afecto y corazón. Es un talento creativo, socio, compañero de sueños, andanzas, viajes y escrituras literarias. “Felipe el hermoso” le permite a su amigo conocer las nuevas tecnologías de la diagramación y redacción frente a una pantalla, abandonando para siempre y de por vida esas viejas máquinas con teclas marca “Olivetti” que ahora son reliquias de antigüedad y unos pequeños monstruos de fierro, lata o alambres.
     “Felipe el hermoso” siempre adelantado poseía una cámara filmadora moderna que la delincuencia común se la arrebató, pero al forzar e intentar no dejarse robar su herramienta de trabajo, le cayeron sendos tiros que le causaron la muerte. Todas estas acciones y hechos ocurren en la más reciente época de la violencia de los años 80 y 90 en la ciudad.
     “El crítico” es un cinéfilo sabelotodo, chispeante, autosuficiente que trata de instruir a algunos muchachos en la más reciente cinematografía local y universal. “El crítico” conoce el tema, pero decide volverse un profeta que se las emprende gratuitamente contra los libros, libreros y autores de libros, pues aseguraba que en el futuro nadie leerá y que todo pasará por las luces, fantasías y sombras del cine.
     “El crítico”, gracioso, simpático, divertido, durante su presencia o existencia en el documento literario lanzará un mensaje de absoluta lucidez, profundidad y trascendencia, que se confunde en un bronco grito desgarrado y desgarrador, pero sin dejar jamás de ser memorable: “Nuestra memoria, debemos proteger nuestra memoria cultural” (Pág.226).
 
     “El mirón” y sus amigos más próximos “Berto Luchi” y S. J. intentarán realizar una proyección cinematográfica organizando un viaje al eje cafetero, que hasta finales del siglo pasado y en los comienzos del presente siglo se pensaba que por aquellos lares terminaba el mundo; pero en realidad desde allí en adelante apenas comenzaban otros y nuevos mundos. Estos socios y amigos serán testigos de esa fiesta pagana, libertina y libérrima que es la fiesta del Diablo en Rio Sucio, en ese carnaval que como todos los carnavales que en el mundo han sido, o son, empiezan con bailes, danzas, borracheras y terminan entre gemidos, sábanas blancas, catres rotos. Ante el entusiasmo desbordante de un diablo rumbero, bailador y ardiente.
     Luego de degustar los platos, potajes y bebidas típicas, los mismos socios de la historia literaria, más una invitada. Después penetrarán a un resguardo indígena llamado Cristianía, ubicado en el municipio de Andes, en donde “El mirón”, “Bertoluchi”, la S.J. y la rola de los Moscoso se quedarán boquiabiertos porque los indígenas de esa comunidad del suroeste antioqueño en un acto cultural en lugar de entregarse a unos rituales mágicos con la naturaleza, el sol, la luna y todas las estrellas, incluso las estrelladas, se pusieron a tocar vallenatos con guitarras eléctricas, batería, órgano y bajo. Olvidándose para siempre de sus encuentros con las verdaderas estrellas.
     “El mirón” que ha conquistado a mil y un mujeres en su recorrido por la ciudad: actrices, empresarias, ejecutivas, abogados, punkeras, estudiantes universitarias, estrafalarias, excéntricas y frustradas. Con quienes ha visitado salas de cines, tabernas y teatros. Al final de todas sus aventuras eróticas, ocasionales, circunstanciales y heterosexuales, pudo conocer los favores de una profesora que le confiesa en las cabinas de una taberna “que lo quiere y querrá siempre como una madre y que ella no quería otra cosa que hacerlo feliz…, pero no en el sexo o por lo menos no en esos lugares. Hay que agregar que la señora profesora era gaga y claro gagueaba durante cada una de sus declaraciones amorosas, diálogos, sermones y consejos, en lo que podría ser también el éxtasis de la historia, el desenlace total del gran relato, que voluntario o involuntario aparece ante los ojos del entusiasmado lector. “El mirón” en buena cuenta y en franca lid era el terror de las profesoras solitarias vagando en la ciudad nocturna.
     Pero “Medellín: Cine y cenizas”, no es solo una obra de ficción, porque si el autor se hubiese propuesto eso, creo que lo hubiese logrado holgadamente; en verdad el autor no ha pretendido ejercer el arte por el arte o la literatura por la literatura, en tiempos en donde la pureza no se encuentra ni en los púlpitos ni en los altares ni en los conventos, mucho menos en los territorios de la creación literaria o la ficción.
     “Medellín: Cine y cenizas” es una gran crónica, un gran reportaje urbano, aunque manifestar esto sea un tema bastante polémico en estos tiempos; porque hay quienes todavía creen que nos existe literatura urbana, cuando en verdad la literatura urbana es la única que existe, el resto bien podrían ser solo borradores, garabatos e intentos.
     Si la ciudad es protagonista de la historia en esta obra literaria, el autor es un declarante excepcional de los cambios, sucesos, aciertos, abusos y excesos de una época y un tiempo, que cronológicamente viene a ser el de los años 80 y 90. Tiempos de grande convulsión social, cultural y política en Colombia, América y el mundo.
      El autor es un testigo de la ciudad y el mundo, el título de la obra “Medellín: Cine y cenizas” es una ubicación geográfica, una referencia histórica, el diagnóstico del tiempo y la realidad, un antecedente universal. El retrato de “El mirón” es el rostro feliz, simpático y superficial. Detrás de “El mirón” está el autor, está el testigo de su tiempo, el cronista de su época. Bien puede estar también toda una generación; pero esencial y objetivamente está el autor. No porque lo comentamos o quisiéramos que fuese así, sino porque el autor de la obra quiere desmitificar la ficción y untarla de realidad desde el propio título y en este aparte.

     “Vi, vimos tanto cine que descubría a Murnau, pero también al vampiro de M, con la soberbia actuación de Peter Lorre, y el cine alemán de importancia antes de Hitler y después del furioso Fuhrer. La cita era cada jueves a las tres de la tarde. Yo había terminado una carrera que nunca amé, economía. Y mis gustos se torcían hacia el arte, ese abismo creativo de donde no se tiene escapatoria, y lo más posible y seguro es el fracaso. Dudaba si hacer cine o literatura, pero había un secreto: la literatura uno la realiza sin pedirle aprobación a nadie, en completo secreto, mientras el cine es un trabajo en equipo y se necesita mucho dinero.”(Pág.176.)

     Cuando el autor de la gran crónica novelada “Medellín: Cine y cenizas” hace la salvedad y aclaración del cine alemán antes de Hitler, lo que quiere decirle al lector es que durante el gobierno del Fuhrer el cine en Alemania se convirtió en propaganda política y estatal al servicio del nazismo. Tal cual lo hicieron los norteamericanos cuando se convirtieron en la Meca del cine a través de su famosa fábrica de películas llamada “Hollywood” o el gobierno de Musollini, que trasladó la Meca del cine mundial a Roma.
     En América el cine mexicano fue patrocinado en décadas por el PRI para entornillarse y enriquecerse en el poder de una revolución que la hicieron campesinos, aldeanos e indios mexicanos. En Argentina el general Perón administró  y alimentó la pasión futbolera nacional en películas como “Pelota de trapo” (1948) de Leopoldo Torres y “El hincha” (1951) de  Manuel Romero y Enrique Santos Discépolo.
      “Medellín: Cine y cenizas” nos transmite el cine como una pasión o como una manera de vivir, pero también como un puente con la historia local, continental y universal, como un encuentro entre la ficción y la realidad, dos fuentes que necesitan retroalimentarse para retratar la vida cotidiana, el habla, el lenguaje, la memoria y la vida.
    “Medellín: Cine y cenizas” es además un archivo de películas, actores, directores, productores cuya lista no se termina, y por el contrario en países como Colombia es apenas un hermoso amanecer y un territorio libre para ejercer la creación, por lo que también la obra se convierte en un valioso material instructivo e informativo.
    “Medellín: Cine y cenizas” tiene un vuelo imaginativo de alto voltaje y un aliento poético en su narración que le hace sentir al lector el estar frente a una obra maestra, brillante y deslumbrante, comparable al mejor Jhon Dos Passos, García Márquez, Cabrera Infante, Vargas Llosa o Fernando Vallejo. Esto es lo que nos ha dado el autor Víctor Bustamante a través de cada una de sus páginas en su más reciente obra.
     “Medellín: Cine y cenizas”, acaba cuando “El mirón” ya no es una adolescente, ni un jovenzuelo enamoradizo, sino un hombre entrado en años que continúa recorriendo las calles, las avenidas, los teatros, los cines de la ciudad; pero que ahora es capaz de atestiguar cómo ha cambiado la ciudad y aquella que él vio de niño, que recorrió de adolescente y amó en su juventud es otra al paso del tiempo. Sin embargo, ahora la ciudad ha desmoronado los viejos cines, los antiguos teatros, incluso los más emblemáticos. La modernidad ha desbaratado sistemáticamente los teatros o los ha vendido a sectas religiosas que en lugar de la fantasía de la imagen, comercia con la magia de la palabra o las oraciones contabilizadas. 
     Hasta ahí una apretada síntesis de “Medellín: Cine y cenizas”, una novela moderna, divertida, jocosa y desternillante que involucra al lector con la historia y los personajes de la misma, e incluso hace añorar a la ciudad, a la antigua ciudad, a la que fue, a la que es actualmente; porque ésta obra nos traslada a ese universo a través de cada capítulo. Pero quiero manifestar que si bien esta obra en cada una de sus páginas nos entrega mucha información e historia, hay cosas o hechos que verdaderamente nos debe, y que uno quiso encontrar a través de la historia y acaso con el deseo de hallarlo se recorrió vertiginosamente las 363 páginas que trae la obra; porque el solo hecho de ver la foto en la contra carátula del cine Junín, ese monumento cultural que fue, ese gran centro de animación urbana que se inauguró un 4 de octubre de 1924 y que de manera arbitraria se desbarató para siempre en octubre de 1967, entonces, uno se interroga: ¿Por qué se acabó ése lugar? Pues en verdad no era un teatrillo insignificante, sino un verdadero palacio, un monumento arquitectónico en donde entraban más de 4,000 personas cómodamente instaladas. Era, efectivamente, una referencia histórica y cultural que identificó no sólo una generación sino varias generaciones de antioqueños, colombianos y residentes de la ciudad, quienes aún tienen el derecho a saber de los intríngulis, el quid y el motivo por los cuales un día de la noche a la mañana se tomó la determinación de acabar con ese espacio. Entonces, uno empieza a imaginar que la historia completa del teatro Junín aparecerá en algún momento en “Medellín: Cine y cenizas”. Y la verdad es que esa historia real, integral o completa no aparecerá a pesar del deseo de encontrarla. Y el lector empieza imaginar o especular qué razones o motivos justificaban terminar con un gran símbolo de la ciudad o de una época, o sea de la vieja ciudad. Dejar ese cine vivo era como abrir las compuertas y el desborde cultural antes o prematuramente, pero se decidió por sacrificarlo, derruirlo, tumbarlo y demolerlo, para imponer una edificación industrial, moderna y simbólica. La verdad es que una cosa no contradecía ni perjudicaba la otra, pues las dos propuestas bien podían haber convivido, en tiempos en donde no se hablaba de convivencia y tolerancia. Por eso es que uno de los pasajes que recuerdo con honda nostalgia y dolor de “Medellín: Cine y cenizas” es cuando el padre de “El mirón” trae al niño a conocer la ciudad y le muestra el espacio exacto y le dice a boca de jarro: “Ese era el teatro Junín”, pero “El mirón” que todo lo quiere ver, observar e investigar se acerca a ese lugar y encuentra un terreno lleno de fierros, columnas de acero, arena, piedras, adobe y cemento.

     “Mi padre me señala como la cosa más normal del mundo, que ahí quedaba el teatro Junín. Solo miro el rostro, uno de los rostros de la destrucción. Ese es mi primera visión de Medellín: destruido y armado sobre sus mismas piedras. Luego no solo sería un remordimiento, sino que mantendría en vilo esa pregunta: ¿por qué razón habían demolido el teatro que era, es una memoria?, como si quienes asistieron allí cada que pasaran, muchos años más tarde, por el edificio Coltejer, vieran en su recuerdo una suerte de espectro.” (Pág. 45)

     Por lo cual creo que Víctor Bustamante no ha olvidado la profunda historia del viejo Teatro Junín, sino que la ha postergado acaso para contarnos una gran novela en donde el protagonista central solo sea  “El Teatro Junín” con todas sus historias, sus personajes y fantasmas, sus leyendas contemporáneas entre míticas, fantásticas y reales como la de J.B. Londoño, Carlos Gardel en pleno concierto, La Sonora Matancera, Celia Cruz, Alberto Beltrán, Oscar Tirado, Alfredo Sadel, hasta Oscar Golden y los Yettis en los años 60, etc. y etc.
     He leído de manera paciente toda la obra escrita de este autor y considero que “Medellín: Cine y cenizas” es el trabajo más logrado en su creciente haber, con un lenguaje que se mueve entre el más fino humorismo, el manejo de una sutil ironía y un ligero sarcasmo que hace de su lectura un acto placentero, entusiasta y ameno.
     No tengo ninguna duda que “Medellín: Cine y cenizas” es un gran trabajo literario de Víctor Bustamante y la consagración definitiva de uno de los narradores más importantes de la ciudad de Medellín en estos tiempos. En buena cuenta en mi cuestionable parecer, es el Truman Capote, el Tom Wolfe y el Gay Talese colombiano y un nuevo precursor del periodismo. Hace buen tiempo vengo manifestando a los cuatro vientos que Víctor Bustamante es el más notable autor de su generación, y ésta obra no me deja la más mínima vacilación.
                               



1 comentario:

Anónimo dijo...

CINE & CENIZAS. CINE &&&&&&&&&& CENIZAS. no: CINE Y CENIZAS. pARA ESO MEJOR CIEN Y ZEN ISAS O 100 ZEN EN iZA. O CIEN I CEN SISAS PARCE.
JUANDIEGO