sábado, 25 de junio de 2011

ANTONIO ARENAS BERRIO

.

LA MUERTE DE UN CRONOPIO

ANTONIO ARENAS BERRIO


Las aguas del río eran turbias, se observaba una corriente lenta. El día caía y el silencio de las aguas sólo era perturbado por el ruido de una docena de aves que se elevaban, buscando refugio en el ocaso. En un pequeño muelle, las barcazas estaban arremolinadas formando un innegable atasco y poca visibilidad en la orilla. Unas barcas estaban pintadas de fuertes colores, otras de fibra de vidrio y las demás de madera curtida y seca por las asperezas del sol. Había dos restaurantes situados en los extremos del muelle. Se atendían unos clientes, no muchos pues, la hora para almorzar se había terminado. Corría la tarde. El olor del pescado frito se confundía, con el hedor del río. Las moscas en el comedor revoloteaban sin cesar. Las sillas y las mesas daban al lugar la impresión de escaso espacio o mala distribución en la estancia. Un niño y una niña de cabellos rizados, deambulaban de manera juguetona por unos tablones que  se enlazaban con un planchón. Un viejo, arrugado por el tiempo, movía con dificultad unas canecas añiles cargadas de combustible y las montaba en su chalupa formando un arrume, las situaba con gran esfuerzo. El viejo, sin camisa y concentrado en su trabajo; exhibía unos brazos musculosos y unas manos fuertes hechas para el trajín. Sudaba y el agua le corría por la frente y el pecho como una liviana tela, mojando todo su cuerpo. No tendría más de sesenta años. En su rígida cabeza ya mostraba algunas canas. Nadie vio el Caimán, que se deslizó con sigilo, perfidia y cautela. Al instante se oyó un sonido seco y unas mandíbulas que atraparon con rapidez a la chiquilla. El niño miró absorto y con miedo al animal que desapareció velozmente en las aguas oscuras del sombrío río. No cabe la menor duda de que el niño intentó gritar, pedir auxilio, derrumbarse ante tal situación. Es su hermana la que yace en el río y usted se reirá pero, nadie ha visto los Caimanes en el río. El viejo termina de cargar su chalupa y se aleja. Los pocos comensales saborean un delicioso pescado frito con patacón, ensalada y una limonada con hielo sin mucho dulce. El destino de una niña les es indiferente. Ella, es impertinente, vital desconcertante y bulliciosa. La imaginación del Caimán la transfiguró en agua. No hay flores, tortugas, cronopios. El río es un pliegue de fosa común. Las moscas conservan su vuelo en el recinto del comedor y se posan en las sobras de la comida. Una madre, al abrir la puerta de su casa, nota la ausencia de sus hijos, no sabe donde están. Grita atemorizada y desconfiada, sospecha lo peor.

En las riberas del río se vive precariamente; la población es pobre y está condenada a desaparecer. Cerca del río hay un pueblo, celebran las fiestas del réptil. Hay mucho ruido, música y licor. La niña gime desde las insondables aguas. Carajo, ¿Por qué no me ayudan?...







El ruido de las cosas al caer

(A  propósito de la novela de Juan Gabriel Vásquez, Alfaguara 2011)

“Se carece de oídos para escuchar aquello a que no se tiene acceso desde la vivencia”
 Nietzsche


: ANTONIO ARENAS BERRIO

Antonio Muñoz Molina, en su texto: “La realidad de la ficción”, dice que la tarea de escribir, como la conciencia diaria de una persona común, es el imaginar y recordar. Ejercicios que se asemejan y de cuando en cuando se parecen entre sí. La memoria está imaginando, de manera constante, nuestro pasado según los principios de  selección y combinación. Lo imaginario y la memoria nos sirven para comprender las cosas o las pequeñas eventualidades del pasado y así darle coherencia a un destino. Dentro de cada persona hay un novelista que se oculta y en el diario vivir escribe una bibliografía torpe y lujosamente novelada. La novela “El ruido de las cosas al caer”, es esto, una biografía de un hombre, Ricardo Laverde, lujosamente contada y  hace uso de la memoria, el conocimiento ordinario  y  del tiempo para escuchar el sonido de cada cosa al caer. Ruido y desplome son dos metáforas que se ven asociadas cuando se lee esta novela, de Juan Gabriel Vásquez. Hay que reconocer en ella, que cae y que no se  cae.  Se piensa que todo  se derrumba. Es la voz del narrador la que precede y sigue la secuencia del  desplome de las cosas. “Todos los pilotos caen”. Cae un hipopótamo macho de tonelada y media. Cae Ricardo Laverde por los disparos de  sicarios asesinos. Cae la señora Elaine (Elena) Fritts en un vuelo de aviación. Cae Mike el gringo que inicia el tráfico de marihuana  e  instruye a Ricardo en esto. Cae Maya Fritts en la soledad y el olvido. Caen Aura y su hija Leticia. Cae un ministro (Lara Bonilla). Cae un candidato presidencial 8Luis Carlos Galán). Cae la Hacienda Nápoles símbolo del poder del mayor Capo del narcotráfico en Colombia. Cae en la violencia una nación entera y las personas inician  una acometida de  miedo. Cae el joven profesor Antonio Yammara herido por las balas asesinas, en su desesperanza y turbación  sintetiza la impotencia de todos. El miedo y la desesperación son un  elemento catalizador que se asocia las vidas humanas. Pero… ¿Por qué mataron a Ricardo Laverde? Un primer elemento básico de esta novela consiste en descifrar el enigma y luego contar la historia de Ricardo Laverde. Narrar y recordar son nociones paralelas. Ahora bien, Juan Gabriel Vásquez es uno de esos escritores afortunados dentro de la generación mutante y  de la memoria. Digo afortunado, porque su lectura de la realidad es vista desde afuera, un episodio de memoria y visualización de unos sucesos de la ciudad de Bogotá. El acto de recordar y la importancia de objetivar, lo que cae parecen acentuarse en la ficción. Si el texto describe temor, el lector leerá el miedo y la desesperanza en los personajes. Allí están atrapados por el desasosiego y las violencias sutiles. Un hombre joven y con miedo cuenta una historia. He ahí la trama de la novela. Toda novela narra una historia y en la historia deberá suceder algo. Pero no es suficiente que el hombre cuente una historia, es necesario que este hombre caiga y tenga miedo y describa el de su generación veamos:” Allí, mientras aquel actor fracasado se burlaba de mí y provocaba las risas de los transeúntes, pensé por primera vez que mí vida se estaba cayendo a pedazos, y que Leticia (mi hija), niña ignorante, no podía haber escogido peor momento para venir al mundo”.
Existe una relación entre el miedo y la historia contada. Hay un hombre que se vuelve sobre sí mismo y su pasado, que se relaciona con otro hombre.”Este hombre no ha sido siempre este hombre”.  Pensé.”Este hombre era otro hombre antes”. Ricardo Laverde era un piloto que había muerto y había pasado muchos años en la cárcel y que sólo estaba ahí donde se juega billar y que llevaba una vida desconocida. Laverde no ha sido siempre el mismo, hay algo turbio en su pasado, era otro antes de morir asesinado. Sea como fuere, la novela: “El ruido de las cosas al caer”, no es más que una especie de aparejo  literario, un instrumento perfectamente construido, de manera fragmentaria, formando un tejido literario, con cinco capítulos y aproximadamente 259 páginas, acopladas por la voz del narrador en primera persona. Siempre habrá aquí una voz o un yo que narra la acción. Voz intima, voz extraña y lastimera, voz humana que devela el miedo y la angustia. Una voz que remite a un pasado oscuro. No es, entonces, una novela hermosa, hay errores de construcción y frases reiterativas en un estilo fragmentario. No es una obra de arte acabada. No es la mejor novela en la que se enlaza el miedo, el amor y el narcotráfico en nuestro país. No iguala a la novela “Delirio” de la escritora Laura Restrepo, que narra el miedo de una generación en la ciudad de Bogotá. No se asemeja a la novela “La mujer de los sueños rotos” de la escritora Maria Cristina Restrepo, quien narra  los estragos del narcotráfico y el miedo de una generación en la ciudad de Medellín. No iguala el miedo narrado brillantemente por Evelio Rosero, en la genial novela “Los ejércitos”. Esta novela es quizá, un breve resumen de nuestra historia. La novela posiblemente le permite al autor verse a sí mismo en la ciudad de Bogotá y denunciar la falta de memoria de los colombianos. Si no fuera por su nivel narrativo y el narrador en primera persona, esta historia sería una narración de fragmentos dispersos en el horizonte literario. Hay un narrador que controla la historia, se ve a sí mismo en la ciudad y en el espacio en que sucede la acción. El tema del miedo, los recuerdos violentos de nuestro pasado, el amor de varias mujeres, el casete que parece ser la clave del enigma. El  tema del miedo, es aquello de lo que se habla y está constituido por una cantidad de significaciones posibles. ¿Acaso mataron a Ricardo Laverde porque participó en envíos droga al país del norte? ¿Recoger el casete con lo que dice la caja negra del último avión caído, donde pereció su mujer no es la clave de la incógnita? Para que esta ficción se constituya en una obra perfecta y unitaria, debería tener un tema unificado que le permita al lector descifrar el enigma, a no ser que se ensaye un relato nudo como el de la novela “Crónica de una muerte anunciada” donde es el narrador desde afuera quien interpreta ¿Por qué mataron a Santiago? Un lector podría leer cada capítulo suelto y el último se vería como una alusión perniciosa a la edad adulta y al destino final del relato. “Arriba, arriba, arriba.” La postrera fracción de la novela, no aclara su secreto. ¿Por qué lo mataron? y ¿Por otra, si el accidente  de su esposa, Elaine Fritts, fue planeado? La amistad entre Ricardo y Antonio no fue realmente una amistad solida, fue  sólo de unos días y horas de juego y bebida. Un simple compañero de un juego, como el billar. El tema debería ser todo. La lección del miedo de una generación, dos amores (Aura y Maya). Un país y su pasado, los gérmenes del narcotráfico y la condición humana de un inocente profesor de derecho, tienen cierta importancia cuando son acogidos por el lector, en una lectura completa, el lector logra enterarse. Sólo el lector dará validez a la obra y su temática. El miedo se volverá polvo y olvido. Aquí se narra el pasado con la mirada pérdida de los ausentes. Lo que aparece en esta novela es una trama trágica y patética donde el protagonista sufre una desgracia. La voluntad de su protagonista es débil y permeada por el miedo. Antonio, el narrador está lleno de temores  profundos que se exteriorizan en el lector.  No hay carácter en él y el final es abierto y melodramático. El miedo se pinta en el rostro de Antonio Yammara. El miedo aquí tiene muchos ojos. Conviene experimentarlo  algunas veces, para aprender a comprender a los demás que claman ante una vida cruzada por la violencia. Quién ha vivido temeroso no será nunca libre.

Hay que leer la novela como un juego de la memoria, un ejercicio de emociones donde lo más importante es la vida y su valoración. La ficción es el deseo de aprender del pasado cundo todo cae, tomar en serio la vida, es ya una manera de enfrentarse a la violencia.

7 comentarios:

Cronopio dijo...

Cero

Cronopio dijo...

Cero = Cero.

YERRI dijo...

QUIEN INCRUSTÓ A ANTONIO EN LA PARED?

Antonio dijo...

No soy yo. Es el emparedado de vITOR.

CHUCHITO dijo...

HOLA PAREC QUE ALGO BUENO DEBE VENIR LEJOS DE LOS INSULTOS ENTRE LOS POETAS.

EL AVE dijo...

MUY BERRACO ESTE MAN DECIR QUE HABIA UNA DOCENA DE AVES. ERAN GALLINAS, PALOMAS, PATOS SALVAJES O QUE ERAN? DESDE AHI COMENZAMOS MAL

LA CULEBRA EXCLUIDA dijo...

LAS FIESTAS DEL REPTIL. DEL CUAL REPTIL.
nO HOME aNTONIO ARENAS ASI NO TE CREEMOS NADA.
JIJIJIJIJI